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lunes, 22 de abril de 2019

El visitante nocturno

Sentado en un viejo sillón de cuero desgastado ya por el paso de los años, observaba el hipnotizante baile de las llamas de la chimenea.  Aquel hogar de piedra le proporcionaba un calor reconfortante.  Hacía ya unas horas que había anochecido, la dura jornada de trabajo lo había dejado rendido, a él y a su esposa que dormitaba en el sillón a su lado. Suspiró y se acomodó descansando los pies sobre un taburete que le servía para tal fin. Era un hombre joven, apenas rozaba los cuarenta, pero la vida en el campo era dura.  Al terminar el día habían agotado todas sus energías.  Los ojos se le cerraban... Intentó espavilarse incorporándose un poco para coger la copa de vino que descansaba a su derecha.  Bebió un pequeño sorbo, le gustaba saborearlo.  Volvió a reclinarse en el sofá sabiendo que el sueño le sobrevendría en breve. 
Poco tiempo después sintió que el calor de la chimenea disminuía, debía levantarse a echar leña o se apagaría pronto y se quedarían helados.  Se agachó delante de las llamas y puso unos troncos más, con suerte ya aguantaría hasta el amanecer.  Debía despertar a su esposa y llevarla al dormitorio, era muy tarde ya. Se levantó volviéndose hacia su sillón y entonces su corazón amenazó con detenerse ante lo que vio. Un ser descansaba sentado ahí.  Un hombre de más o menos su edad, pero con ropajes antiguos, mangas de camisa anchas y chorreras.  Le miraba sonriente.  No era un hombre real, no se veía sólido, era como un fantasma.  Lo sabía aunque nunca hubiera visto uno.  Retrocedió chocando con la dura piedra de la chimenea.
-¡Fuera!-  intentó sonar amenazante.  Pero el ser ante él ni siquiera se inmutó.  Al contrario, se levantó acercándose a él. -¡Qué quieres de mí!- levantó la mano en un gesto que indicaba que se detuviera, pero el ser sólo lo hizo cuando estuvo a unos centímetros de él.  Su esposa seguía dormida, no entendía como no se había despertado.  Temía por ella. 
El fantasma lo miró fijamente a los ojos durante lo que le pareció una eternidad.   Dijo algo, sus labios se movían, pero no podía oír nada. -¿Qué?- le preguntó - No te oigo, ¿Qué quieres decirme? - El ser pareció entristecerse.  Miró hacia el fuego y después, de repente se hayaba junto a su esposa.  Con las manos le tapaba la boca y la nariz y no la dejaba respirar.  Al verlo, el hombre intentó liberarla, pero los brazos del fantasma se desvanecían como el humo.  Intentó despertar a su esposa con todas sus fuerzas, pero no abría los ojos.  La llamó gritando su nombre, pero no despertaba.  Su desesperación aumentaba a cada instante.  El terror se apoderó de él al pensar que su esposa moriría si no lograba despertarla.  Lágrimas de rabia y de dolor inundaron sus ojos.  Y de repente, la escuchó.  Abrió los ojos y su esposa estaba frente a él.  De pie delante de su sofá en el que él estaba dormido.  Todo había sido una pesadilla.
-¡Rápido!- le gritó ella -¡Debemos salir de aquí, abre las ventanas! - miró a su alrededor y vio que la estancia estaba llena de humo.  Se asfixiarían si seguían ahí por más tiempo.  Abrieron las ventanas de la estancia y salieron al exterior.  El humo los hacía toser y los ojos les picaban impidiendo que pudieran abrirlos.  Les había faltado muy poco para morir asfixiados. 
Pensó en su sueño y en el fantasma, ahora entendía que lo que pretendía era avisarle de que se ahogaban.  Le parecía increíble, era algo demasiado extraño. Pero tenía que reconocer que si no hubiera sido por su sueño y sus gritos, su mujer no habría despertado y él tampoco.
Se dejó caer al suelo con su esposa, totalmente exhaustos.  Mirando hacia el oscuro cielo y  bajo la leve luz de la luna, dio las gracias a aquel extraño ser que les había salvado de una muerte segura.