Salió de la habitación dejando la puerta cerrada con llave, no quería que la chica andase sola por el castillo.
Sintió una presencia detrás suyo y se volvió alertado.
-¡Tú! Lo que me faltaba... - frente a él había un chico de más menos su edad. Era pelirrojo, los ojos color canela, de complexión atlética y un poco más bajo que él. Sonreía al mirarle.
- Quien me iba a decir que te vería encerrar humanos en las habitaciones de este castillo. - Su tono de burla no pasó inadvertido para Razvan.
- Lo que yo haga no te incumbe, - contestó seco. - ¿A qué has venido Egil?-
- Siempre tan amable... Recuerda que puedo sentir cuando ocurre algo, compartimos la misma sangre inmortal. - Razvan y él habían sido creados por el mismo vampiro. Eso hacía que pudieran sentir cuando uno de ellos estaba en peligro o era gravemente herido.
- No ocurre nada. Un vampiro errante se acercó por aquí. No tiene importancia. -
- ¿Y protejes a la humana de él? - le preguntó sin poder creerlo.
-La dejó malherida en su propia casa, todo el poblado se habría enterado de la existencia de vampiros si la hubiera dejado ahí para que la encontrasen. - Egil sonrió sin creer aquella excusa.
- No reconozcas si no quieres que la chica te importa. Como tú mismo has dicho, no es asunto mío. Pero... - su cara se tornó seria de repente - la energía que sentí de ese vampiro era muy poderosa. No sé si merece la pena que te arriesgues así por ella. -
- No sufras por mí, se dónde me meto. - le contestó en un tono cortante Razvan.
- Bueno, haz lo que quieras. - finalizó la conversación volviéndose hacia el oscuro pasillo iluminado sólo por algunas velas. - Me quedaré unos días por aquí si no te importa. - Razvan maldijo en silencio. Pero no pensaba negarle asilo. Tenían sus diferencias, pero habían compartido muchas experiencias juntos, buenas y malas.
- Está bien. Pero... No te acerques a ella. -
Egil rió con fuerza. -¡Jajaja! Si, me ha quedado claro que está bajo tú protección. - Sin esperar a que dijera nada más continuó por el pasillo y se internó en una de las habitaciones.
Razvan tampoco esperó. Había amanecido ya y necesitaba descansar.
Ibolya despertó. Había una vela encendida en una mesa de un rincón de la habitación. Al menos esta vez no estaba completamente a oscuras. Se incorporó en la cama, aún se sentía un poco mareada y tenía hambre. Tras comprobar que no había nadie con ella en la habitación, se levantó para acercarse a la ventana. El pasador estaba oxidado y le costó abrirla. Pero el sol no entró cuando lo hizo, había anochecido ya. Aún había algo de claridad, pero duraría poco. Miró hacia abajo y vio que no estaba en la primera planta del castillo. Escapar por ahí le resultaría imposible.
Tenía que aclarar su mente después de todo lo que aquel chico le había contado. Vampiros... Le sonaba increíble, pero sabía que eso era lo que le había atacado a ella, estaba segura. Sintió un escalofrío. Tenía miedo. No sé sentía segura ahí, no sabía si podía confiar en su anfitrión. Después de todo también era un vampiro. ¿Quien le aseguraba que no se alimentaría de ella también como había hecho el otro y la mataría?... Aunque no podía dejar de pensar en que le había salvado la vida ya dos veces desde que lo conocía... No importaba, ella quería salir de allí. Volver a su poblado con sus padres, con ellos se sentía totalmente segura.
Estaba concentrada en sus pensamientos cuando la cerradura de la puerta giró y ésta se abrió.
Su corazón se alteró al ver aparecer a Razvan en el umbral.
- Estás despierta. - se acercó lentamente, no pretendía asustarla. - Aquí al lado hay un cuarto donde puedes asearte si quieres y luego bajar a comer algo. Te he traído alguna cosa. - Permaneció observándola y ella se sintió incómoda. - Bueno, baja cuando estés lista. - decidió dejarla, parecía encontrarse mejor pero estaba muy asustada aún, necesitaba tiempo para asimilarlo todo.
Cuando la puerta se cerró tras él, Ibolya suspiró aliviada, debía intentar calmarse, su corazón parecía querer salirse de su pecho. Todo aquello era demasiado para ella. Se sentó de nuevo y permaneció concentrada en sus pensamientos, preparándose para todo lo que se le venía encima.
Sintió una presencia detrás suyo y se volvió alertado.
-¡Tú! Lo que me faltaba... - frente a él había un chico de más menos su edad. Era pelirrojo, los ojos color canela, de complexión atlética y un poco más bajo que él. Sonreía al mirarle.
- Quien me iba a decir que te vería encerrar humanos en las habitaciones de este castillo. - Su tono de burla no pasó inadvertido para Razvan.
- Lo que yo haga no te incumbe, - contestó seco. - ¿A qué has venido Egil?-
- Siempre tan amable... Recuerda que puedo sentir cuando ocurre algo, compartimos la misma sangre inmortal. - Razvan y él habían sido creados por el mismo vampiro. Eso hacía que pudieran sentir cuando uno de ellos estaba en peligro o era gravemente herido.
- No ocurre nada. Un vampiro errante se acercó por aquí. No tiene importancia. -
- ¿Y protejes a la humana de él? - le preguntó sin poder creerlo.
-La dejó malherida en su propia casa, todo el poblado se habría enterado de la existencia de vampiros si la hubiera dejado ahí para que la encontrasen. - Egil sonrió sin creer aquella excusa.
- No reconozcas si no quieres que la chica te importa. Como tú mismo has dicho, no es asunto mío. Pero... - su cara se tornó seria de repente - la energía que sentí de ese vampiro era muy poderosa. No sé si merece la pena que te arriesgues así por ella. -
- No sufras por mí, se dónde me meto. - le contestó en un tono cortante Razvan.
- Bueno, haz lo que quieras. - finalizó la conversación volviéndose hacia el oscuro pasillo iluminado sólo por algunas velas. - Me quedaré unos días por aquí si no te importa. - Razvan maldijo en silencio. Pero no pensaba negarle asilo. Tenían sus diferencias, pero habían compartido muchas experiencias juntos, buenas y malas.
- Está bien. Pero... No te acerques a ella. -
Egil rió con fuerza. -¡Jajaja! Si, me ha quedado claro que está bajo tú protección. - Sin esperar a que dijera nada más continuó por el pasillo y se internó en una de las habitaciones.
Razvan tampoco esperó. Había amanecido ya y necesitaba descansar.
Ibolya despertó. Había una vela encendida en una mesa de un rincón de la habitación. Al menos esta vez no estaba completamente a oscuras. Se incorporó en la cama, aún se sentía un poco mareada y tenía hambre. Tras comprobar que no había nadie con ella en la habitación, se levantó para acercarse a la ventana. El pasador estaba oxidado y le costó abrirla. Pero el sol no entró cuando lo hizo, había anochecido ya. Aún había algo de claridad, pero duraría poco. Miró hacia abajo y vio que no estaba en la primera planta del castillo. Escapar por ahí le resultaría imposible.
Tenía que aclarar su mente después de todo lo que aquel chico le había contado. Vampiros... Le sonaba increíble, pero sabía que eso era lo que le había atacado a ella, estaba segura. Sintió un escalofrío. Tenía miedo. No sé sentía segura ahí, no sabía si podía confiar en su anfitrión. Después de todo también era un vampiro. ¿Quien le aseguraba que no se alimentaría de ella también como había hecho el otro y la mataría?... Aunque no podía dejar de pensar en que le había salvado la vida ya dos veces desde que lo conocía... No importaba, ella quería salir de allí. Volver a su poblado con sus padres, con ellos se sentía totalmente segura.
Estaba concentrada en sus pensamientos cuando la cerradura de la puerta giró y ésta se abrió.
Su corazón se alteró al ver aparecer a Razvan en el umbral.
- Estás despierta. - se acercó lentamente, no pretendía asustarla. - Aquí al lado hay un cuarto donde puedes asearte si quieres y luego bajar a comer algo. Te he traído alguna cosa. - Permaneció observándola y ella se sintió incómoda. - Bueno, baja cuando estés lista. - decidió dejarla, parecía encontrarse mejor pero estaba muy asustada aún, necesitaba tiempo para asimilarlo todo.
Cuando la puerta se cerró tras él, Ibolya suspiró aliviada, debía intentar calmarse, su corazón parecía querer salirse de su pecho. Todo aquello era demasiado para ella. Se sentó de nuevo y permaneció concentrada en sus pensamientos, preparándose para todo lo que se le venía encima.