Apenas llevaba un día en aquel castillo y ya se sentía desesperada por salir de ahí.
Fuera era de noche, había mirado tras los gruesos cortinajes del salón y no conseguía ver nada a su alrededor, estaba oscuro, las nubes tapaban la luz de la luna. Parecía que iba a caer una tormenta. El viento helado la hizo cerrar de nuevo y apartarse de las ventanas.
Vio fruta sobre la larga mesa. Su barriga rugió delatando el hambre que sentía. Se acercó a sentarse y tomó una manzana. La devoró con rapidez. No se había dado cuenta hasta entonces de lo hambrienta que estaba. Pensó que al alimentarse el vampiro de ella la había dejado débil y necesitaba comer. El amigo de su anfitrión, Egil, le había traído pan, frutas, carne, vino y algunas cosas más. Se preguntó si habría algún sitio donde cocinar en aquel castillo o tendría que utilizar la chimenea. No creía que Razvan necesitara cocina... Sintió un escalofrío y se obligó a apartar aquellos pensamientos de su mente. No podía evitar sentir temor, a pesar que le había salvado la vida ya en varias ocasiones. Revelarle que era un vampiro la mantenía intranquila y no conseguía confiar totalmente en él.
Terminó de comer y se sentó en el enorme sofá. Parecía que estaba sola en aquel castillo. No se escuchaba ningún ruido y los dos chicos no habían vuelto a acercarse por allí. Por un instante sintió miedo. Y si el vampiro que la atacó sabía que estaba aquí y volvía a por ella. No había nadie para defenderla. Debía tranquilizarse. Se acurrucó en el sofá tapándose con las gruesas mantas que encontró ahí. Su mirada iba de las puertas a las ventanas, intentando localizar a cualquier intruso que se adentrara en la estancia. Pasó largo rato así, atenta a cualquier posible movimiento. Hasta que poco a poco fue relajándose. Estaba agotada y los ojos le pesaban. Debía ser cerca del amanecer cuando finalmente cayó rendida.
Razvan entró en el castillo. Había pasado horas buscando inútilmente a Farkas. Egil le había dicho que no lo hiciera, no quería que se pusiera en peligro. Comprendía que se preocupara por él, eran de algún modo hermanos, pero su preocupación no iba a impedirle actuar con libertad.
Al entrar en el salón encontró a Ibolya dormida en el sofá. Estaba acurrucada entre las mantas. Quizás no debió haberla dejado sola tanto rato, seguramente estaba asustada. Egil se había quedado por el castillo a su cuidado, pero ella no lo sabía así que debió sentirse indefensa.
La observó dormir. Arrugaba la frente como si tuviera una pesadilla. No le extrañaba después de lo que había pasado. Se acercó a ella y la tomó en brazos intentando no despertarla. Su peso era como el de una pluma para él. Era una chica menuda y no muy alta, y para un vampiro era prácticamente como no cargar peso.
Fuera llovía desde hacía horas, estaba amaneciendo y él necesitaba descansar.
Un trueno estalló con fuerza haciendo que Ibolya abriera los ojos de repente. Al ver que alguien la llevaba en brazos se asustó y sintió como se tensaba al verlo, pero no intentó huir y eso le hizo ver que empezaba a confiar en él.
- Lo siento, - se disculpó por haberla asustado - sólo quería llevarte a tu habitación para que descansaras. - Ella asintió. Se la veía cansada. Aún no se había repuesto del ataque de Farkas. Se dejó llevar cerrando de nuevo los ojos y reposando la cabeza en su pecho. Necesitaba descansar. Razvan la dejó en su estancia y salió para dirigirse a la suya, a su lugar seguro para descansar durante el día. Egil estaría ya a salvo en la oscuridad de su ataúd, era algo más joven y la luz del día le afectaba antes que a él. Cerró la puerta de su cámara y el castillo quedó en silencio.