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domingo, 8 de septiembre de 2019

Ibolya cap. 8 Encerrada

Ibolya abrió la puerta de la habitación y se dispuso a bajar las escaleras.  El pasillo estaba oscuro, no había ventanas, únicamente se encontraba iluminado por velas estratégicamente situadas en repisas excavadas en los muros.  Sintió cierto temor al avanzar por ahí, pensaba que en cualquier esquina le acecharía un ser como aquellos vampiros dispuesto a atacarle.
Finalmente vio las escaleras.  Se apresuró a bajarlas sin saber muy bien a dónde debía dirigirse.  Las escaleras la llevaron hasta unas puertas dobles, las abrió y se encontró con una gran sala.  Un fuego ardía en la pared del fondo.  Siempre le habían gustado los fuegos del hogar.  Miró a su alrededor, había una mesa larga a un lado y unos sillones cerca del fuego.  Grandes pieles de animales cubrían los suelos proporcionando más calor a la estancia y gruesos ropajes cubrían las ventanas.
Su anfitrión se encontraba junto a la chimenea, se volvió hacia ella al oírla acercarse.  La observaba atentamente.  Su mirada la incomodaba.
- Veo que ya te encuentras mejor. - Ella asintió con un gesto.- ven, acércate al fuego si lo deseas. - No se había dado cuenta del frío que sentía hasta que él le ofreció acercarse.  El castillo era un lugar muy húmedo, el frío te calaba hasta los huesos si no te abrigabas bien.  Pero ella vivía en una choza en medio del bosque.  El invierno se colaba por cualquier rendija de las paredes, estaba acostumbrada a aquel duro clima.  Pero agradeció al calor que le brindaban aquellas llamas.
- Ya estamos todos aquí. - Una voz desconocida la hizo volverse bruscamente.  Un chico que no había visto hasta entonces se acercó a ellos.  Era pelirrojo, de piel pálida, atlético como Razvan aunque algo más bajo y con un gran atractivo.  Ibolya retrocedió hasta quedar apoyada en la chimenea. - Tranquila, - le dijo Razvan - es un amigo.- Ella le creyó pero no pudo relajarse por ello.  Apenas conocía al vampiro que tenía a su lado y ahora aparecía otro chico que ni siquiera sabía si era humano como ella o no.  El chico pelirrojo se acercó tendiéndole la mano. - Me llamo Egil.  - ella le tendió la suya sintiendo que temblaba sin poder evitarlo.  Egil se la cogió y la llevó a sus labios depositando un suave beso.  La miró a los ojos mientras lo hacía y ella se sintió hipnotizada por aquella mirada que parecía cautivarla.
- ¡Egil! - la voz molesta de Razvan la hizo salir de su influjo.  Egil le sonrió y soltando su mano se acercó a él. Pasó por su lado tocándole el hombro. - No te preocupes tanto. - le dijo sin abandonar su sonrisa. - Voy al pueblo, traeré algo más de comida para tu invitada. - la miró. - ¿Deseas algo más querida? - Ella negó sintiéndose extraña en aquella situación.
- Está bien, volveré enseguida. - Razvan pareció relajarse al verlo salir. Ibolya sintió que estaba más serio en su presencia.  Le daba más miedo, le recordaba al ser que vio cuando los lobos le atacaron, frío, sin sentimientos.  Seguramente el verdadero aspecto de un vampiro, un depredador.  Sabía que en sus ojos se notaba el miedo que le trasmitía su presencia, pero no podía evitarlo, estaba asustada.
- Quédate en el salón.  Come algo si te apetece o descansa en los sillones.  Mientras estés en el castillo estarás segura. - 
- Pero... - Ibolya debía preguntarle. - yo... quiero volver a mi poblado, con mi familia.-  Él se puso más serio al escucharle decir aquello. 
- No puedes volver. - Suavizó sus palabras al ver la tristeza en sus ojos. - Al menos de momento.  El ser que te atacó sabría donde encontrarte si decidiera volver.  Aquí estás a salvo. -
- Pero... ¿y mi familia?  Debo avisarles para que estén protegidos. - Razvan negó sin dejarla terminar.
- No te creerían si vas hablándoles de vampiros.  La gente no cree en esas historias si no es por que tienen un encuentro con uno, y entonces ya no tienen la oportunidad de contarlo.- Ella negaba, parecía que el temor había desaparecido y se convertía en enfado. - ¡No! - sentenció Razvan, Ibolya no parecía querer entender y él estaba perdiendo la paciencia. - Yo no puedo proteger a todo un poblado.  Solo puedo mantenerte segura a ti si estás aquí, no puedo hacer más. - 
- Entonces déjame irme. - Rogó ella - Quiero ir con mi familia, debo estar con ellos. -
- No voy a hacer eso.  El ser que te atacó te mataría.  Ahora eres su presa.- Ibolya sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos.  Empezaba a sentirse como una prisionera allí.  Miró hacia la puerta del salón e intentó correr hacia allí, pero Razvan la atrapó en sus brazos. 
- ¡Déjame! ¡Quiero volver a mi poblado! - Gritó.  Razvan la retenía intentando no hacerle daño.  Ella golpeaba su pecho intentando soltarse, mostrando un valor que no le había demostrado hasta entonces. 
- ¡Ya basta! - le gritó sin poder evitarlo. - ¡Te quedarás aquí! - la llevó a la fuerza hasta los sillones haciendo que se sentara en ellos pero ella se levantó en cuanto se vio libre de los brazos de él.  Razvan la agarró por los hombros obligándola a permanecer sentada.  Se acercó más a ella, clavando su mirada en sus ojos, intimidándola, estaba realmente enfadado. Arriesgaba su tranquilidad por protegerla, se había buscado un peligroso enemigo al mantenerla bajo su cuidado y ella ni siquiera quería permanecer ahí. No sabía porqué se estaba complicando tanto la vida por aquella chica. - Te quedarás aquí. - le dijo con una voz dura y seca, con cierto tono parecido al que usaba con sus enemigos.  Ibolya tembló bajo su agarre.  La había asustado más de lo que pretendía.  Ahora se daba cuenta que ella miraba aterrorizada a sus colmillos que habían salido instintivamente al tenerla atrapada como a una posible presa.  Su dulce aroma a sangre caliente llegó hasta él.  Retrocedió rápidamente, debía controlarse.  Ella no se levantó, estaba asustada.
- Quédate aquí. - le dijo con un tono más suave. - Es por tu propio bien. - Salió de la estancia sin esperar su reacción.  Cerró la puerta tras él.
Ibolya sintió que temblaba, aquellos colmillos le habían recordado el ataque del vampiro en su habitación.  Sintió sus ojos inundados por las lágrimas y, sin poder evitarlo, rompió en llanto abrazada a los ropajes que cubrían el sillón en el que Razvan la había dejado.

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