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martes, 28 de junio de 2016

Ibolya. Capítulo 1.

Estaba anocheciendo.  Sin darse cuenta había estado paseando por el bosque más tiempo del debido.  Su excursión recolectando setas la había llevado lejos de su poblado.  Miró a su alrededor.  Casi no podía distinguir nada entre las sombras de los inmensos árboles a pesar de haber una gran luna en el cielo.  Los bosques en aquella tierra del norte eran espesos.  Sintió un ligero vacío en el pecho, algo de temor a la oscuridad se abría paso hasta su mente.  Estuvo a punto de dejar caer la cesta que llevaba al comprender que podía perderse en aquella oscuridad.  Reanudó el paso desandando su camino.  Oscurecía rápidamente, cada vez distinguía menos detalles.  Aceleró sus pasos, casi corría ahora.  Escuchó el ulular de un búho, un animal nocturno que le indicaba que debería estar ya en casa. Tropezó.  Sus ojos no pudieron ver la raíz que salía de la tierra y se había enredado en su pie.  Cayó al suelo.  La cesta rodó y se perdió de su vista.  Sintió un dolor en la rodilla, seguramente se habría rascado la piel al caer.  Se levantó espolsando sus manos de la tierra que se le había quedado pegada.  Miró a su alrededor, ya no se veía nada...  Avanzó con los brazos por delante intentando evitar tropezar.
 Escuchó un aullido, ¡eran lobos! El terror se apoderó de su mente.  Un pequeño grito escapó de sus labios y se arrepintió enseguida temiendo atraer a las bestias hacia ella.  Empezó a correr de nuevo, tropezando y chocando a cada instante con algún árbol o arbusto.  Sintió sus mejillas mojadas y se dio cuenta entonces que estaba llorando.  Los aullidos de los lobos se acercaban, ¡la estaban siguiendo!  Volvió a caer al suelo, se arrastró para continuar avanzando así.  Llegó a un pequeño claro en el bosque que le permitía ver algo.  Se levantó y entonces les vio, frente a ella.  Tres lobos enormes le cerraban el paso.  Gimoteó al verlos y retrocedió horrorizada.  Pero un ruido a su espalda la hizo volverse y detenerse donde estaba.  Más lobos se acercaban desde esa dirección.  Estaba aterrorizada. Se agachó y buscó un palo para intentar defenderse aunque le parecía inútil frente a aquellos afilados colmillos.  Los lobos se acercaron gruñendo a ella.  Blandió el palo a izquierda y derecha intentando alejarlos, las lágrimas nublaban su vista.  Pero no se dejaban intimidar por ella.  Una chica de veintiún años, pequeña y menuda  no era rival para ellos.  Los lobos se lanzaron a la carrera hacia ella y gritó cerrando los ojos inconscientemente y encogiéndose en el suelo.  ¡Iba a morir! Pero entonces los escuchó aullar de dolor.  Algo se enfrentaba a ellos.  Abrió los ojos pero todo lo que distinguía en aquella casi completa oscuridad era una sombra humana masculina y grande que se movía a gran velocidad entre ellos lanzándolos por los aires y golpeándolos con fuerza.  Alguien la estaba defendiendo y le había salvado la vida.
La lucha duró lo que a ella le pareció una eternidad.  Los lobos chillaban y gruñían a su alrededor enfrentándose a su salvador.  Hasta que finalmente salieron huyendo.  La sombra que la había salvado se acercó a ella.  Era un hombre alto, delgado, con el pelo largo aunque no podía distinguir de que color.  Llevaba una gruesa capa a su alrededor.  Se detuvo frente a ella. - Sal de aquí - Su voz era grave y con un tono nada amistoso, no se esperaba algo así de quién acababa de salvarla. -¡Vamos! - le chilló al ver que no reaccionaba.  Se levantó dando traspiés y corrió todo lo que pudo alejándose de aquel desagradable desconocido.
Vagó por el bosque tropezando a cada instante y sin poder contener las lágrimas, temiendo encontrarse de nuevo con los lobos y que esta vez sí acabaran con ella.  Pero finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, vio un resplandor filtrarse entre los árboles y reconoció su poblado.

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