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domingo, 10 de julio de 2016

Ibolya. Capítulo 3.

Se despertó en medio de la noche.  Le parecía escuchar constantemente aullidos de lobo.  La experiencia del día anterior la había traumatizado.  Pero extrañamente, cuando cerraba los ojos y la oscuridad la envolvía, lo único que regresaba a su mente era la imagen de la intensa mirada de su salvador.  Era como si sus ojos se adueñarán de su alma.  Tembló y se abrigó con la manta que la cubría. Intentó seguir durmiendo.  Estaba muy cansada. 
Se apartó rápidamente de la ventana de la choza.  La chica se había despertado mientras la observaba dormir.  No sabía porqué había venido hasta aquí, a verla.  Pero sentía que debía hacerlo. Por algún extraño motivo le importaba su seguridad, necesitaba asegurarse de que estaba bien después de lo sucedido.  Tenía algunas magulladuras cuando la encontró rodeada por los lobos, pero nada serio.  Aquellas manadas le estaban causando problemas últimamente.  Atacaban sin control a la gente de los poblados vecinos y eso era malo para él.  Lo que menos quería era llamar la atención sobre su presencia allí.  No quería partidas de caza acercándose a su refugio. No hacía muchos años que vivía ahí.  Había encontrado el viejo torreón abandonado y casi en ruinas.  Pero arreglándolo un poco le había proporcionado la protección que necesitaba.  Él era un ser de la noche.  Un vampiro que se alimentaba de la sangre de los vivos.  Pero su manera de actuar no era igual que la de otros de su especie.  Él no mataba a sus víctimas.  Robaba la sangre necesaria para sobrevivir y después los abandonaba borrándoles la memoria sobre su encuentro con él.  Pero los lobos complicaban su existencia.  No quería que aquella gente lo culpase de los ataques.  Debía pasar inadvertido.  Se ocuparía de ellos.
Se alejó del poblado y se adentró en el bosque.  El olor de los lobos era muy claro para  él.  Sus poderes vampíricos le permitían correr a gran velocidad entre los árboles sin apenas ninguna luz.  Siguió el rastro de los lobos.  Debieron olerlo a él también, pues se alejaban.  Ya escuchaba sus pasos, sus aullidos, podía saborear el dulzor de su sangre en la garganta.  No se alimentaba normalmente de animales, pero lo hacía si no había nada más a mano.  Vió a los más rezagados correr delante de él.  Sonrió ante la emoción de la caza.  Se lanzó sobre ellos, pero cuando ya iba a alcanzar a uno, sintió otra cosa.  Otro ser frente a él.  Otro vampiro.  Los lobos detuvieron su carrera acurrucándose junto al vampiro.  Se preparó para un enfrentamiento.  El ser que se hayaba ante él era alto y delgado, más que él.  Desprendía una energía que le hacía ver la edad que tenía.  Quizás unas décadas más.  Era difícil acertar con exactitud, pero notaba que sería una lucha bastante igualada.  Tensó su cuerpo preparándose para un ataque por parte de sus enemigos.  El vampiro le observó.  Hizo callar a los lobos con un solo gesto de su mano.  Le obedecían reconociéndole como a su amo.  Permaneció un instante más en silencio, midiendo a su enemigo, como había hecho él mismo.  Después se acercó.  Despacio, para no darle sensación de amenaza.  
- Es difícil encontrar a otro vampiro ultimamente. - Su voz era plana, sin mostrar ninguna emoción.  Se detuvo a poco más de un metro de él.  Le tendió la mano. - Mi nombre es Farkas, señor de los lobos. - Dudó un instante antes de aceptar su mano.  
- Razvan. - No le gustaba dar su nombre a alguien que acababa de conocer.  Pero no quería empezar una pelea sólo por eso.  El vampiro, Farkas, era poderoso y se hayaba rodeado de sus lobos.  Empezar una batalla no hubiera sido muy inteligente.
El señor de los lobos sonrió. - Llevo poco tiempo aquí.  Mis lobos y yo nos asentaremos un tiempo y luego partiremos.  ¿Supongo que no te importará?. - No sabía qué contestar.  Claro que le resultaba molesta su presencia ahí.  Pero no quería buscarse un enemigo.
- No.  Pero yo intento que mi presencia pase inadvertida para los humanos de este lugar.  Por mi propia seguridad.  Agradecería que mientras dure vuestra estancia por aquí intentéis no llamar demasiado la atención. - Farkas pareció sorprendido, pero no molesto.  
- Es una manera extraña de convivir con nuestra naturaleza.  Somos depredadores. No entiendo por que deberíamos ocultarnos. - Razvan se tensó al escucharle. - Pero no hay problema.  Estamos de paso por aquí.  Controlaré a mis lobos.  No volverán a ser un problema para ti. -   
Recordó entonces que había atacado a los lobos para salvar a la chica del pueblo. -Siento haberles atacado antes, pero protegía mi seguridad aquí. - Farkas inclinó la cabeza mostrandose de acuerdo o disculpándolo, no tuvo muy claro el gesto. - No debes disculparte. Has dejado claro que deseas discreción. -  Después se volvió hacia sus lobos y estos empezaron a adentrarse en la espesura del bosque.  - Nos veremos. - Le dijo antes de desaparecer él también.  Razvan permaneció donde estaba un instante más, mirando hacia el lugar por el que habían desaparecido.  Su vida se complicaba por momentos.

sábado, 9 de julio de 2016

Lobo solitario.

No tenía hogar.  Vivía de lo que iba cazando, pasaba largas temporadas en un bosque y luego se trasladaba a otro lugar.  Tenía veinticuatro años, todo un hombre en aquella época.  Pero él no era solo eso, era un hombre lobo.  
Quedó huérfano al ser atacado su poblado por una raza de licántropos.  Él resultó herido y con la siguiente luna llena se transformó.  Por fortuna ya era un adulto cuando aquella noche fatídica lo dejó sólo y a merced de los elementos.  Huyó de su hogar por miedo al regreso de aquellos hombres bestia y dependió durante un tiempo de la caridad de los poblados vecinos, hasta su primera transformación.  Cuando comprendió que él era el culpable de la masacre en medio de la cual se había despertado, se alejó de la gente para siempre.  
Poco a poco, fue aprendiendo a reconocer a seres como él.  Su olor era inconfundible.  Pero nunca se unió a ellos.  Eran los culpables de la matanza de sus padres y de toda su desgracia.  Normalmente los encontraba en manadas y huía de ellos lo antes posible.  Ninguno había mostrado interés por él.  Sabía que su robusto cuerpo, fruto de la vida en el campo, le permitiría defenderse de uno o dos de ellos, pero no tenía nada que hacer contra una manada.  Así  que prefería alejarse.
Recorría los espesos y solitarios bosques buscando un lugar en el que asentarse definitivamente, pero la presencia de alguien siempre lo hacía mudarse de nuevo.  Pasó hambre hasta que aprendió a cazar.  Pero su lobo lo alimentaba sin falta una vez al mes.  Poco a poco consiguió cazar cada día y mantenerse fuerte.  Cada vez se sentía más salvaje, más cómodo con su condición de bestia y más afín a ella. Transformarse ya no era un problema para él, podía decirse que lo anelaba. La soledad y la crudeza de la vida al aire libre lo habían endurecido poco a poco.
Ahora estaba asentado al borde de un río.  Había preparado un refugio en unas cuevas cercanas que le proporcionaban cobijo.  Se preparaba para otra noche de luna llena, su lobo golpeaba dentro de su cuerpo queriendo salir.  Gruñó.  Un sonido a medio camino entre humano y animal.  Aun faltaban unas horas para que saliera  la luna, pero ya podía sentir la energía en su interior. 
Escuchó un aullido.  Maldijo por dentro.  No tenía tiempo para trasladarse de nuevo antes  que anocheciera.  Esperaba que sólo fuesen lobos, nada de licántropos.  Una vez el lobo lo dominara, no sería capaz de razonar para alejarse de ellos.  Decidió volver a su cueva y esperar allí al anochecer.  Cuanto menos se moviera, menos olor iría dejando por aquella zona.
De repente oyó un ruido fuera de la cueva, alguien se acercaba.  Y unos gritos de auxilio, gritos de mujer.  Salió sin pensarlo demasiado,  no sabía lo que iba a encontrar.  Vio a una chica joven, de una edad similar a la suya, morena, delgada y de cabello largo.  Le pareció bella, a pesar que iba sucia y con las ropas rasgadas y viejas.  Al verlo se acercó corriendo a él.  - ¡Ayúdame!, ¡me persiguen! - Apenas se dio cuenta de lo que hacía.  Instintivamente cogió su mano  y corrió con ella siguiéndole.  La chica tropezaba constantemente.  Olió  a lobo, supo que eran ellos  quienes la seguían.  Estaba aterrado, no podía enfrentarse a toda una manada, pero tampoco podía abandonarla a su suerte.  Había un lugar, un escondite que guardaba por si alguna vez le hacía falta.  Siguió corriendo junto al río.  Bajó con ella hasta llegar a unas cataratas.  - Salta conmigo. - La chica pareció confundida y después asustada al entender lo que quería.  Tiró un poco de su agarre intentando resistirse, pero él sabía que era la única opción para despistar a sus perseguidores.  La acercó a su pecho cogiéndola con ambos brazos para impedir que huyera y saltó al vacío.  El ruido de la cascada era ensordecedor y sus aguas los engulleron impidiéndoles distinguir nada.   Al caer permanecieron aturdidos un instante luchando por salir a la superficie y respirar.  Finalmente consiguieron mantenerse a flote y se alejaron de la catarata para salir a tierra.  Ella parecía furiosa ahora.  Intentó alejarse otra vez de él. - Vamos, - le dijo.- confía en mi, te esconderé. - Ella luchó un momento más  pero finalmente accedió a seguirle.  Volvieron a acercarse a la catarata y al hacerlo, una abertura quedó al descubierto tras unos matorrales.  - Aquí no podrán encontrarnos, el  agua confundirá su olfato. - Ella pareció convencida entonces.  Se sentó en unas rocas tras la cascada.  Él hizo lo mismo.
Pero cuando ya creía que estaban a salvo, recordó algo.  Esa misma noche había luna llena.  En unos instantes su luz iluminaría la noche transformándolo y haciendo que matara a la pobre chica a la que intentaba proteger.  Se puso en pie de un salto. -¡Debo irme! - Ella se interpuso en su camino.  - No me dejes aquí sola, vendrán a por mí. -  Sintió lástima al ver las lágrimas asomar a sus ojos, pero no podía quedarse ahí.  - No puedo quedarme contigo, te haría daño. -  Ella pareció confundida.  Y de repente sonrió.  - Oh, no te has dado cuenta. - Ahora el confundido era él. - ¿No has visto lo que soy?- Seguía sin comprender. - Solo necesito permanecer escondida hasta que salga la luna, después se olvidarán de mí y dejarán de buscarme. - Se acercó a la entrada y miró apartando los matorrales.  - Ya es la hora. - El cielo  había oscurecido y la  luna empezaba a asomar, su luz iluminaba la noche y hacía estallar su corazón.  Intentó pasar por el lado de la chica para alejarse de ella.  Pero entonces algo lo hizo quedarse petrificado donde estaba.  Ella estaba cambiando.  ¡Era una mujer lobo!  No entendía cómo no se había dado cuenta.  Confundió su olor con el de sus perseguidores.  Pero ya no pudo pensar en nada más.  Su corazón palpitó como si intentara salir de su pecho.  Un dolor agudo cruzó su cabeza haciéndole caer de rodillas.  Sus músculos se hinchaban y sus garras salían ocupando el lugar de sus uñas humanas.  Un negro pelaje escondía su piel poco a poco.  Las articulaciones giraban hacia sitios que no deberían.  Gritó como hacía cada noche cuando se transformaba sintiendo que su cuerpo cambiaba y su grito se convertía en un aullido.  Lo último que vio fue a una loba gris frente a él. 
Despertó al amanecer.  No sabía donde estaba ni lo que había sucedido.  Y, lo mas extraño, tenía a alguien durmiendo junto a él.  La chica loba dormía apoyando la cabeza en su pecho.  En cuanto se movió, ella se despertó.  Al ver dónde estaba se apartó rápidamente encogiéndose en un ovillo, ambos estaban desnudos debido a la transformación.  Él, al ver lo que pasaba, buscó unas ramas para permitirle que pudiera taparse y se sentó tapándose un poco también.
- Gracias por salvarme. - La chica se dirigió a él cuando se calmó un poco.  - La manada que me convirtió me perseguía.  Eran asesinos, no quería seguir con ellos pero no me dejaban ir. -
Wolf, Lobo Par, Luna, Nube, Cielo- No me di cuenta de lo que eras.-  le confesó. Ella le explicó toda su historia y él la escuchó.  Después, decidieron alejarse más de ahí, por si volvían a buscarla.  No podían perder mucho tiempo. Se acercaron a un poblado a robar algo de ropa de los tendederos y partieron.  Ambos querían una vida tranquila, lejos de la violencia de lo que ser un licántropo significaba.  El joven lobo se dio cuenta que  había encontrado una compañera.  Ella buscaba lo mismo que él.  Eran almas gemelas que se habían encontrado en una noche de luna llena.  Desaparecieron juntos en la espesura del bosque sin un objetivo, salvo ser libres.

martes, 5 de julio de 2016

La promesa del mar

Un ruido lo despertó.  El balanceo del barco le ayudaba a dormir.  Siempre había sido así, desde que era un niño, cuando el capitán de la nave era su padre y le llevaba con él durante sus largas aventuras por alta mar.  Habían pasado muchos años desde aquello.  Su padre desapareció una noche y ahora él, con veintisiete años, era el capitán, aunque muchos siguieran llamándolo el hijo del capitán.  No le molestaba.
Puesta De Sol, Bote Mar, BarcoDecidió salir de su camarote y dar un vistazo por la cubierta a ver si descubría el origen del ruido que lo había despertado.  Subió las escaleras y abrió la puerta que lo conducía a la fría noche.  Pasó junto al joven marinero de guardia en cubierta, totalmente dormido, ni siquiera le oyó pasar a su lado.  Le molestó un poco, pero entendía que la vida en el mar era dura, los hombres estaban agotados.  Observó la cubierta frente a él.  Una espesa niebla lo cubría todo, ni siquiera distinguía el mástil mayor.  La bruma parecía avanzar hacia él.  Envolvió su cuerpo rápidamente.  Miró sus manos viendo como prácticamente desaparecían antes sus ojos.  En la vida había visto una niebla tan espesa.  Volvió a escuchar el ruido y esta vez, el marinero a su lado, se despertó.  Era como el crujir de la madera al chocar.  Avanzó hacia el lugar del que procedía el sonido.  El otro hombre lo siguió disculpándose por haberse dormido. Instintivamente, sacó el cuchillo que llevaba siempre en la cintura.  Pidió al marinero que le alumbrara con una lámpara de aceite y extendió  el otro brazo para evitar tropezar con algo.  La débil luz les facilitó el avance.  El crujir de la madera siguió guiándolos.  Llegaron hasta estribor y allí se asomaron al borde, ya que el sonido parecía venir del mar.  Entonces lo vieron, la madera de otro barco chocaba contra ellos con cada balanceo del mar.  Levantaron la mirada y allí estaba, una inmensa nave se alzaba frente a ellos.  El marinero dio la voz de alarma y pronto sus compañeros estaban todos en cubierta armados ante un posible abordaje.  El capitán ordenó engancharse al otro barco y anclarse para abordarlo.  Pero no hubo tiempo de más.  De la espesa niebla surgieron unos seres incorpóreos que parecían volar hacia ellos.  Sus ropajes estaban raídos, pero parecían marineros como ellos.  Retrocedieron atemorizados ante aquella visión.  Los espectros se lanzaban sobre ellos.  Los marineros caían al suelo entre gritos de terror.   El joven capitán, paralizado, veía pasar espíritus a su alrededor y atacar a sus hombres.  Todo parecía ocurrir a cámara lenta.  Sus chicos se desvanecían  como si aquellos seres les robasen la energía.  Sus gritos de auxilio llegaban a él haciéndolo sentir incapaz de ayudarlos.  Pero por alguna razón, los fantasmas pasaban de largo de él.  Les gritó, se interpuso en su camino, pero pasaban através de él sin inmutarse.  Algunos de sus marineros parecían reconocer a los espectros, como si ya los hubieran visto alguna vez o conocieran la historia de sus ataques. 
Desesperado, veía cómo cada vez eran menos los marineros que quedaban en pie.  La frustración hizó asomar lágrimas a sus ojos.  Gritó cayendo de rodillas, impotente ante aquellos espectros del mar.  Y entonces, entre todo aquel horror, lo recordó.  El día en que su padre desapareció en la noche.  Despertó una mañana y encontró a todos los hombres de su padre dormidos en cubierta armados como si hubieran estado luchando, pensó que estaban muertos.  Asustado, buscó a su padre entre ellos pero no estaba.  Los marineros le dijeron que los espectros del mar se lo habían llevado.  Había  dado su vida a cambio de la de sus hombres y su hijo.  Los espectros se llevaban a los capitanes de los navíos.  Formaban un ejército con ellos que navegaba en su barco fantasma reclutando almas. 
Una idea cruzó su mente al recordar aquel fatídico día.  Llamó a su padre una y otra vez, su espíritu debía navegar con aquellos fantasmas.  Uno de aquellos seres avanzó abriéndose paso entre ellos y se acercó a él.  Lo reconoció nada más verlo.  Su padre sonrió ante él.  Quiso acercarse pero se lo impidió con un gesto.  No debía tocarlo, los espectros consumían el alma de los vivos pasando a traves de ellos varias veces.  Su padre se volvió hacia sus compañeros fantasmas.  Escuchó su voz, era más grave, pero era la voz de su padre. "- Este es mi barco, yo soy el capitán.  En el pasado ya partí  con vosotros a cambio de la vida de mi hijo y mi tripulación.  Rompéis vuestra  promesa al atacarlos ahora.  Estáis obligados a dejarlos ir o el mar redoblará su castigo. -" Un silencio sepulcral reinó entonces en el barco.  El frío de la noche parecía haber aparecido de repente haciéndoles temblar. Algunos marineros, reconociendo en aquel espectro a su antíguo capitán, lloraban esperanzados.  Para el joven capitán, pasaron horas hasta que los espectros decidieron lo que iban a hacer.  Y de repente, uno a uno, fueron retirándose y volviendo a su nave.  La niebla que los había precedido se retiró con ellos.  No podían creer lo que veían, ¡se habían salvado! El joven intentó acercarse de nuevo a su padre, pero volvió a impedírselo con un gesto. "- Adios hijo mío. -" Le dijo  y se alejó desapareciendo en la oscuridad de la noche.   El barco fantasma parecía desvanecerse, dejándolo con la única visión del mar frente a él.  Allí quedó él.  Rodeado de marineros dormidos y derrotados en cubierta.  Sonrió aliviado por haber sobrevivido a todo aquello  y sin poder creer lo que acababa de suceder antes sus ojos.  Se dejó caer sentado al suelo  y esperó al amanecer, velando el sueño de sus hombres y feliz por haber podido por fin despedirse de  su padre.