Despertó. El sonido de unas voces le hizo salir de su eterno refugio. Subió lentamente, dejando tras él ruinas ocultas que el mundo actual desconocía. La luz de la luna le dio la bienvenida y, como cada noche, no pudo evitar sentirse atrapado por su belleza. Pero pronto las voces le hicieron salir de nuevo de su encantamiento. Dirigió la atención hacia ellas. Un grupo de jóvenes recorría los restos de lo que había sido aquel inmenso templo. Debían tener su misma edad. La que él tenía cuando aún era... humano.
Habían pasado muchos siglos desde entonces. Todas aquellas ruinas eran jóvenes comparadas con él.
Su curiosidad por aquel grupo le hizo ocultarse en un lugar desde el que pudiera observarlos. Normalmente los humanos no advertían su presencia, pero había casos especiales y no solía arriesgarse. Le gustaba mirarlos, era el único entretenimiento de su extraña existencia. Le hacía sonreír lo simple que era su diversión. Se perseguían por las ruinas escondiéndose los unos de los otros, riéndose y gritando como si les fuera la vida en que no los atraparan. Una chica se dirigía hacia donde él estaba. Se apartó dejándola pasar, no le hacía falta ocultarse, no lo vería y podría pasar a través de él, pero lo hizo instintivamente.
La chica pasó por su lado, casi rozando su cuerpo insustancial. Sintió un escalofrío, siempre le pasaba al tener a seres humanos tan cerca. Se detuvo a unos metros de él y permaneció quieta. Por un momento pensó que tal vez le había visto, pero eso era casi imposible y lo sabía. Aun así, permaneció alerta, en las sombras. La chica se volvió hacia él, abriendo bien los ojos para intentar distinguir algo en la casi completa oscuridad de la noche.
Se quedó sin aliento. Era la chica más bonita que había visto en mucho tiempo. Tenía un cabello negro que caía en suaves ondas hasta la cintura. Sus ojos eran de un verde oscuro bajo aquella tenue luz de luna. Su apariencia general tenía un aire de inocencia que la hacía parecer totalmente indefensa en aquella oscuridad. Miraba a su alrededor buscando algo que creía haber visto, pero no había temor en su mirada. Sus pasos la fueron acercando de nuevo a él. Permaneció quieto donde estaba, deseando que no pudiera verlo. Pero de repente, sus ojos se encontraron. Sin que él lo comprendiera, podía verle! Abrió la boca y los labios le temblaron levemente intentando decir algo, pero al parecer no podía. Él alzó la mano hacia ella para tratar de calmarla, de demostrarle que no iba a hacerle daño, pero de repente ella desapareció. El suelo cedió bajo sus pies y la chica cayó hacia abajo, a una cámara oculta a varios metros. La siguió sin darse cuenta de lo que hacía. Por suerte, la caída no la había matado. Tenía arañazos en los brazos y las piernas y la ropa llena de polvo. Un hilo de sangre corría desde su frente hasta su mejilla por un corte que se había hecho al caer. Se arrodilló a su lado.
- ¿Estás bien? - Le preguntó sin darse cuenta que quizás no podría escuchar su voz. Ella le miró totalmente desorientada. Lo veía claramente. Asintió con un gesto.
- ¿Quién eres? - le dijo. Él no esperaba que lo interrogara. Decidió ser sincero ya que ella podía verlo y escucharlo claramente, cosa que no le había ocurrido nunca antes en todos estos años.
Le explicó su historia brevemente. Era un espíritu, el espíritu de un vampiro que yacía enterrado en su ataúd, bajo aquel mismo templo. Su alma se había quedado en aquel lugar por algún motivo que él desconocía. Era incapaz de despertar a su cuerpo y se hallaba encerrado hasta que alguien lo encontrara y decidiera liberarlo.
Ella sintió lástima por aquel ser. Veía la bondad en aquel rostro que la miraba preocupado por su propio bienestar. Sabía que los vampiros eran seres que mataban gente para sobrevivir, pero le parecía imposible que aquel chico fuese capaz de hacerle daño. Se apiadó de él y decidió ayudarlo. Algo en su manera de ser le hacía confiar en él. Sin saber por qué, se sentía atraída por aquel espíritu. Era como si ya lo conociera, le resultaba cercano. Deseaba poder abrazarlo y reconfortar su entristecida alma, pero tocarlo era como tocar el aire, se desvanecía entre sus dedos.
Él le explicó toda su historia, desde la época en que aún era humano hasta el fatídico día en que un vampiro se fijó en él y lo trasladó al mundo de las sombras convirtiéndolo en un eterno bebedor de sangre.
Ella le escuchaba atrapada por su historia, sintiendo que el corazón se encogía en su pecho al oír la triste existencia del ser que tenía ante ella. Pero pronto sus amigos empezaron a hecharla de menos y a llamarla.
- Tengo que irme. - Le dijo. De repente se dio cuenta de cuanto le apenaba separarse de él. Era como si en vez de conocerlo desde esa misma noche, se conocieran de siempre. - Volveré, te lo prometo. - Le dijo. Él se acercó más a ella, levantando la mano hacia su rostro, como si quisiera acariciar su mejilla. Cerró los ojos como si sintiera su caricia.
- Te esperaré. - le contestó. Y sabía que lo haría. Le dedicó una sonrisa mientras la observaba escalar con cuidado las ruinas para salir de nuevo al exterior. Un extraño vacío apareció en su pecho cuando se quedó solo. Pero aquel era su hogar, lo había sido durante incontables años, no comprendía cómo una simple humana podía hacer que, de repente, sintiera la soledad que siempre había estado allí.
Pensativo, sus pasos le llevaron hasta una pequeña cámara. Al fondo, casi oculto en la completa oscuridad, descansaba un ataúd de piedra. Pasó la mano por encima, pero sus inmateriales dedos no le permitieron limpiar el polvo que cubría la superficie de mármol negro. Suspiró. La tristeza amenazaba con adueñarse de su mente esa noche. No lo permitiría. Atravesó la gruesa capa de piedra y su espíritu se fundió con el cuerpo del vampiro que descansaba en el interior. En pocos segundos, su mente volvió a caer en el descanso de un profundo sueño.