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sábado, 15 de octubre de 2016

El espectro

Vagando entre las sombras de la noche apareció un ser.  Un espectro insustancial.  Sus ropas eran harapos oscuros.  Su rostro permanecía oculto bajo una negra capucha.  Su cuerpo apenas rozaba el suelo, flotaba sobre él.  Avanzaba sin rumbo aparente, volviendo la cabeza a uno y otro lado, como si escuchara.  Dos gatos, rebuscando en la basura bufaron y corrieron a esconderse al verlo acercarse.  
Continuó su deambular por las desiertas calles del pueblo.  A aquellas horas de la madrugada nadie andaba por ahí.  De todas formas, nadie podría verle, los animales podían sentirle, pero nada más.  Llegó a su destino.  Se detuvo bajo el umbral de una puerta de madera antigua y carcomida.  la vivienda tenía dos ventanas arriba y tras mirarlas, se separó del suelo subiendo hasta una de ellas.  La encontró abierta, aunque no lo necesitaba, en realidad era simplemente por antiguas costumbres que seguía usando las puertas y ventanas, podía atravesar con facilidad los anchos muros de una casa.
Entró en la estancia.  Era una habitación muy simple.  Un armario, una silla con un escritorio, una mesita y una cama en la que yacía un anciano.  Se acercó hasta él.  El viejo hombre tenía los ojos cerrados con fuerza y  le costaba respirar, estaba en el final de su vida.  Abrió los ojos mirando al espectro que se hallaba de pie junto a su cama.  
- ¡Eres tu! - pronunció con una voz ronca.  El ser oscuro dejó caer su capucha mostrando un rostro también viejo y castigado.  Reconoció a su antiguo maestro en las artes oscuras.
Resultado de imagen de espectro oscuro
- He venido a cobrar tu deuda. - le contestó.  El hombre de la cama asintió.  Hacía ya muchos años, siendo un joven aprendiz de brujería, decidió alejarse de sus maestros en magia blanca y buscar otra ruta.  Conoció entonces al hombre que tenía ante él, un brujo oscuro que había vendido su alma al demonio y decidió seguir sus pasos.  Fue uno de los brujos más poderosos durante buena parte de su vida, pero sabía que aquello tenía un precio y que algún día sería cobrado.  Su maestro, ya fallecido hacía muchos años, venía ahora a llevárselo consigo.
- Es la hora. - le dijo tendiéndole la mano.  El viejo dudó un segundo antes de aceptarla.  Pero sabía que no podía huir de aquello.  La tomó y al hacerlo, un fuego pareció surgir de su interior y sintió que se quemaba.  Aquello dolía como nada que hubiera sentido jamás.  Gritó aferrándose a aquel ser como único apoyo, pero el dolor no cesaba.  Poco a poco, el cuerpo del anciano se fue desvaneciendo consumido por las llamas.  Finalmente solo  quedó la cama vacía cuando la magia del fuego se esfumó.  El espectro se volvió y buscó a su alrededor.  Allí estaba.  Otro espectro apareció de la nada a su lado.  Su aprendiz estaba de nuevo junto a él.  Sin decir palabra salió por la ventana seguido por el nuevo espectro.  Su amo los llamaba y no podían negarse a obedecer.







domingo, 2 de octubre de 2016

El espíritu del vampiro. 2 de 2.

Sintió pasos acercarse. El silencio de la noche se había roto por suaves pisadas que deambulaban por encima de su cripta.  Escuchó una voz.  ¡Era la chica de la noche anterior!  Sintió una extraña emoción al reconocerla. ¡Había vuelto como le dijo!  Pensaba que se olvidaría de él tan pronto como llegara a casa, pero no había sido así.  Concentró sus fuerzas en salir de su cuerpo e ir a su encuentro.  La vio donde habían coincidido la noche anterior. Sonrió dejando al descubierto sus colmillos.  La chica dio un involuntario paso hacia atrás.  - No temas, - le dijo al ver que los amenazantes colmillos la habían asustado. - no te haría daño. - Ella dudó sólo un instante antes de acercarse a él. - Ven, te guiaré a mi cripta. - Le tendió la mano, y al hacerlo, se dio cuenta que era imposible que ella la cogiera.  A veces olvidaba lo insustancial que era su cuerpo.  Una sombra de tristeza apareció en su rostro.  Ella sintió lástima y deseó aun más poder ayudarle.
Caminaron entre las ruinas, bajando por estrechos huecos que los continuos derrumbes habían abierto.  En alguna ocasión le costó seguirle, pero consiguieron llegar a la cripta.  A ella le costaba distinguir algo en aquella casi completa oscuridad.  La luz de la luna apenas llegaba hasta allí.  Tuvo que guiarla hasta su viejo ataúd.  - ¿Estás segura de querer ayudarme? - le preguntó antes de hacerla dar un paso tan importante para él.  Ella asintió con un gesto.  No pudo ocultar la felicidad al ver su respuesta. - Bien.  Tendrás que levantar la tapa de mi ataúd entonces.  Yo no puedo hacer nada para ayudarte. -  Ella se apoyó con fuerza en el lateral del pesado mármol negro y empujó con todas sus fuerzas.  La tapa apenas se movió unos milímetros.  Se detuvo a recobrar el aliento.  No conseguiría destaparlo así.  Siguió empujando con fuerza, frustrada por lo poco que lograba desplazar la losa.  Él quería ayudarla, pero no podía hacer nada.  Paseaba inquieto alrededor de ella sin saber qué hacer.  Le daba ánimos para continuar, pero la veía casi exhausta ya. 
Se dejó caer al suelo, con lágrimas en los ojos. - No puedo.  No consigo abrirlo.  No puedo ayudarte... - Le dolía que algo tan simple como aquello le impidiera recuperar su cuerpo.  Apenas había conseguido un hueco de unos diez centímetros.
- Tranquila, - la calmó él sentándose a su lado.  - Quizás sea suficiente con el hueco que has abierto. - Se le iluminaron los ojos al oírle decir esto.  Él le explicó que su cuerpo yacía inerte debido a un hechizo que le habían hecho siglos atrás.  Sobre su pecho descansaba un extraño amuleto de plata que le impedía recobrar fuerzas para despertar. 
Ella introdujo la mano en el ataúd e intentó alcanzar algo en su pecho.  Tocó telas viejas que se desmenuzaban entre sus dedos y bajo ellas, lo que parecían ser huesos.  Podía imaginar las costillas del ser que estaba tocando.  Sintió un escalofrío.  Pero pronto se recordó por quien estaba haciendo aquello.  Siguió buscando hasta que tocó algo frío que le pareció metálico.  Cerró los dedos alrededor y sacó la mano del ataúd.  A la débil luz que la rodeaba, le pareció distinguir una extraña cruz rodeada de símbolos desconocidos para ella.  Le miró para comprobar que era eso lo que buscaba.  El espíritu parecía totalmente sorprendido.  - Si, eso era... - apenas podía articular palabra.
- ¿Y ahora? - Le preguntó ella para saber qué tenía que hacer a continuación. 
- Necesito sangre para que mi cuerpo reaccione. - le dijo temiendo asustarla ahora que lo más difícil ya estaba hecho.  Vio que tragaba saliva y permanecía pensativa. - No tienes que hacerlo si no quieres. - Le dijo.
Ella se levantó cogiendo la cruz con fuerza en su mano derecha.  Acercó un lado afilado del objeto a su otra mano y apretó con fuerza haciéndose un pequeño corte.  Dejó escapar un leve sonido de dolor.  Vio la sangre salir de su mano y por un instante tembló.  Después, introdujo de nuevo el brazo en el ataúd.  Los dedos le temblaban,  no sabía si bastaría con que la sangre tocara a aquel ser o debería acercarla a su boca.  De repente estaba temblando toda ella, tenía miedo.  Estaba despertando a un ser que quizás no fuese tan pacífico como había sido su espíritu.  Se preguntó por qué alguien lo habría encerrado de aquella manera.  Tal vez se trataba de un oscuro asesino que la había engañado mostrándole una falsa bondad.  Sacó rápidamente el brazo, temerosa por lo que habría despertado. 
De repente escuchó pasos tras ella.  Se volvió y unas siluetas se acercaron desde la entrada de la cripta.  Su temor aumentó aun más.
- Vaya... si tenemos aquí a una joven perdida. - La voz no le pareció nada amigable.  Cuatro hombres se acercaban a ella.  Eran robustos y amenazantes.  Retrocedió interponiendo el ataúd entre sus atacantes y ella.  - ¿A donde vas? ¿No vamos a hacerte daño? - reían mientras seguían acercándose.  De repente sintió lágrimas surcando sus mejillas.  Buscó a su amigo el espíritu, pero había desaparecido, estaba sola con aquellos tipos.  Se aferró a la pesada losa de mármol temiendo caerse si se soltaba.  Estaba temblando y las lágrimas apenas la dejaban ver con claridad.  Pero entonces sintió que la tapa se movía.  Apartó las manos rápidamente y ésta se desplazó completamente hasta caer con un fuerte golpe en el suelo.  De la oscuridad del ataúd salió una figura huesuda y vestida con arapos, un hombre alto, de cabello largo y negro hasta los hombros. 
Sus atacantes retrocedían horrorizados.  Pero el vampiro que había frente a ellos no les dejó huir. Voló por la habitación a una velocidad asombrosa.  Los atrapó uno a uno lanzándolos contra las paredes de la cripta y bebiendo su sangre que tanto tiempo había anhelado.  Los gritos llenaban la estancia.  La ferocidad del ataque era increíble, había sangre por todas partes.  Los cuerpos yacían esparcidos por el suelo.  La brutalidad de aquel ser hizo que la chica se acurrucara en un rincón, aterrada por lo que había liberado.  El vampiro, conforme bebía sangre, iba recuperando la carne que envolvía sus huesos.  Los músculos volvían a llenar sus raídas ropas.  Las facciones de su cara parecían cada vez más humanas.  La chica empezó a reconocer entonces al espíritu que la había guiado hasta allí.  Le parecía un poco menos aterrador, pero a pesar de eso, estaba muy asustada.   Cuando vio que centraba su atención en ella, se acurrucó aun más. 
El vampiro, al verla tan atemorizada, soltó el cuerpo que aún sostenía entre sus brazos y se acercó lentamente, limpiando su cara de la sangre de sus víctimas.  - No tengas miedo de mi. - le dijo intentando que su voz fuera lo más suave posible. - Yo no te haría daño. - Ella negaba viendo cómo se acercaba. - Iban a matarte, eran asesinos.  No he hecho nada que no se merecieran. - Ella le escuchaba sin saber qué otra cosa hacer. Y, extrañamente, empezó a creerle - Tan solo te he defendido. - Ya estaba a menos de un paso de ella.  Se agachó para quedar a su altura.  - Vamos, ven conmigo. - Le tendió la mano sabiendo que ahora si podría cogerla si su temor la dejaba confiar en él de nuevo.  - Déjame agradecerte lo que has hecho por mi.  -
Ella alzó su mano sin saber muy bien por qué parecía volver a confiar en aquel ser. Notó el frío tacto de su piel. - Déjame protegerte siempre a cambio del regalo que me has dado. - Ella le miró sintiendo de nuevo que había bondad en aquel ser . - ¿Siempre? - le preguntó.
- Por toda la eternidad si tu quieres . - Le dijo.  Y cogiéndola en brazos salió de su cripta y surcaron la oscura noche.

viernes, 16 de septiembre de 2016

El espíritu del vampiro. Parte 1 de 2.

Despertó.  El sonido de unas voces le hizo salir de su eterno refugio.  Subió lentamente, dejando tras él ruinas ocultas que el mundo actual desconocía.  La luz de la luna le dio la bienvenida y, como cada noche, no pudo evitar sentirse atrapado por su belleza.  Pero pronto las voces le hicieron salir de nuevo de su encantamiento.  Dirigió la atención hacia ellas.  Un grupo de jóvenes recorría los restos de lo que había sido aquel inmenso templo.  Debían tener su misma edad.  La que él tenía cuando aún era... humano.
Habían pasado muchos siglos desde entonces. Todas aquellas ruinas eran jóvenes comparadas con él.
Su curiosidad por aquel grupo le hizo ocultarse en un lugar desde el que pudiera observarlos.  Normalmente los humanos no advertían su presencia, pero había casos especiales y no  solía arriesgarse.  Le gustaba mirarlos, era el único entretenimiento de su extraña existencia.  Le hacía sonreír lo simple que era su diversión.  Se perseguían por las ruinas escondiéndose los unos de los otros, riéndose y gritando como si les fuera la vida en que no los atraparan.  Una chica se dirigía hacia donde él estaba.  Se apartó dejándola pasar, no le hacía falta ocultarse, no lo vería y podría pasar a través de él, pero lo hizo instintivamente.  
La chica pasó por su lado, casi rozando su cuerpo insustancial.  Sintió un escalofrío, siempre le pasaba al tener a seres humanos tan cerca.  Se detuvo a unos metros de él y permaneció quieta.  Por un momento pensó que tal vez le había visto, pero eso era casi imposible y lo sabía.  Aun así, permaneció alerta, en las sombras.  La chica se volvió hacia él, abriendo bien los ojos para intentar distinguir algo en la casi completa oscuridad de la noche.
Se quedó sin aliento.  Era la chica más bonita que había visto en mucho tiempo.  Tenía un cabello negro que caía en suaves ondas hasta la cintura.  Sus ojos eran de un verde oscuro bajo aquella tenue luz de luna.  Su apariencia general tenía un aire de inocencia que la hacía parecer totalmente indefensa en aquella oscuridad.  Miraba a su alrededor buscando algo que creía haber visto, pero no había temor en su mirada.  Sus pasos la fueron acercando de nuevo a él.  Permaneció quieto donde estaba, deseando que no pudiera verlo.  Pero de repente, sus ojos se encontraron.  Sin que él lo comprendiera, podía verle!  Abrió la boca y los labios le temblaron levemente intentando decir algo, pero al parecer no podía.  Él  alzó la mano hacia ella para tratar de calmarla, de demostrarle que no iba a hacerle daño, pero de repente ella desapareció.  El suelo cedió bajo sus pies y la chica cayó hacia abajo, a una cámara oculta a varios metros.  La siguió sin darse cuenta de lo que hacía.  Por suerte, la caída no la había matado.  Tenía arañazos en los brazos y las piernas y la ropa llena de polvo.  Un hilo de sangre corría desde su frente hasta su mejilla por un corte que se había hecho al caer.  Se arrodilló a su lado.  
- ¿Estás bien? - Le preguntó sin darse cuenta que quizás no podría escuchar su voz.  Ella le miró totalmente desorientada.  Lo veía claramente.  Asintió con un gesto.
- ¿Quién eres? - le dijo.  Él no esperaba que lo interrogara.  Decidió ser sincero ya que ella podía verlo y escucharlo claramente, cosa que no le había ocurrido nunca antes en todos estos años.  
Le explicó su historia brevemente.  Era un espíritu, el espíritu de un vampiro  que yacía enterrado en su ataúd, bajo aquel mismo templo.  Su alma se había quedado en aquel lugar por algún motivo que él desconocía.  Era incapaz de despertar a su cuerpo y se hallaba encerrado hasta que alguien lo encontrara y decidiera liberarlo.
Ella sintió lástima por aquel ser.  Veía la bondad en aquel rostro que la miraba preocupado por su propio bienestar.  Sabía que los vampiros eran seres que mataban gente para sobrevivir, pero le parecía imposible que aquel chico fuese capaz de hacerle daño.  Se apiadó de él y decidió ayudarlo.  Algo en su manera de ser le hacía confiar en él.  Sin saber por qué, se sentía atraída por aquel espíritu.  Era como si ya lo conociera, le resultaba cercano.  Deseaba poder abrazarlo y reconfortar su entristecida alma, pero tocarlo era como tocar el aire, se desvanecía entre sus dedos.
Él le explicó toda su historia, desde la época en que aún era humano hasta el fatídico día en que un vampiro se fijó en él y lo trasladó al mundo de las sombras convirtiéndolo en un eterno bebedor de sangre.
Ella le escuchaba atrapada por su historia, sintiendo que el corazón se encogía en su pecho al oír la triste existencia del ser que tenía ante ella.  Pero pronto sus amigos empezaron a hecharla de menos y a llamarla.  
- Tengo que irme. - Le dijo.  De repente  se dio cuenta de cuanto le apenaba separarse de él.  Era como si en vez de conocerlo desde esa misma noche, se conocieran de siempre.  - Volveré, te lo prometo. - Le dijo.  Él se acercó más a ella, levantando la mano hacia su rostro, como si quisiera acariciar su mejilla.  Cerró los ojos como si sintiera su caricia.
- Te esperaré. - le contestó.  Y sabía que lo haría.  Le dedicó una sonrisa mientras la observaba escalar con cuidado las ruinas para salir de nuevo al exterior.  Un extraño vacío apareció en su pecho cuando se quedó solo.  Pero aquel era su hogar, lo había sido durante incontables años, no comprendía cómo una simple humana podía hacer que, de repente, sintiera la soledad que siempre había estado allí.  
Pensativo, sus pasos le llevaron hasta una pequeña cámara.  Al fondo, casi oculto en la completa oscuridad, descansaba un ataúd de piedra.  Pasó la mano por encima, pero sus inmateriales dedos no le permitieron limpiar el polvo que cubría la superficie de mármol negro.  Suspiró.  La tristeza amenazaba con adueñarse de su mente esa noche.  No lo permitiría.  Atravesó la gruesa capa de piedra y su espíritu se fundió con el cuerpo del vampiro que descansaba en el interior.  En pocos segundos, su mente volvió a caer en el descanso de un profundo sueño.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Ibolya cap. 4

Había pasado una semana ya desde su encuentro con los lobos. Le había costado atreverse a salir de nuevo del poblado.  Estaba asustada, sus paseos por el bosque ahora apenas la adentraban en él.
Los aldeanos estaban alerta por la presencia de las bestias.  Nadie se alejaba demasiado, una manada de lobos hambrienta podía matarte.  Ella lo sabía mejor que nadie.  Tembló, aún sentía escalofríos al recordarlo. 
Estaba prácticamente prohibido salir una vez hubiera anochecido.  Se acercó a su cabaña, el cielo empezaba a oscurecerse. Vio un grupo de aldeanos arremolinados al lado de su casa.  Se acercó alertada.
- ¡ Están a nuestro lado y ni siquiera nos hemos dado cuenta! - Oyó gritar a uno.
- ¿Que ocurre? - preguntó abriéndose paso entre ellos. 
- Míralo tu misma.- le dijo uno señalándole el suelo a sus pies.  Huellas. Unas patas enormes de lobo recorrían los alrededores de su cabaña, ¡todas cerca de la ventana donde ella dormía!  Sintió su corazón acelerarse bruscamente.  ¡ La estaban acechando! Sintió pánico al darse cuenta.  Retrocedió asustada.  Una mujer del poblado se acercó a calmarla. 
- Tranquila cariño, esas bestias no entrarían nunca a una cabaña.  Solo andan por aquí.  No te asustes.- Ella apenas la escuchaba.  Ya no se sentía segura ni en su propia casa.
- ¡ Les daremos caza! - Su padre se encontraba entre los aldeanos.  - No podemos permitir que entren al poblado.  ¡Esto es intolerable! - La multitud exaltada comenzó a chillar apoyando a su padre.  Esa misma noche saldrían a por ellos.  

Razvan, en su torre, paseaba inquieto y furioso.  La noche anterior se había acercado al poblado y había visto pisadas de lobo.  Todo olía a ellos, y al vampiro...  Y lo que más le molestaba, parecían saber a dónde dirigirse, rodeaban la cabaña de la chica.  Le enfureció más pensar que todo eso era culpa de él.  Seguro que le habían visto rondar por ahí alguna noche.  No debía haber mostrado interés por ella.   Hacía que sus enemigos sintieran curiosidad, la verían como una presa.
Pero después de su conversación no sabía qué pensar o qué hacer.  Se habían acercado, si, pero no por eso podía iniciar una pelea, no habían dado señales de intentar atacarla de nuevo. Debía esperar y eso le molestaba.  Se sentía inútil por no poder actuar.   Farkas no era un enemigo cualquiera, era poderoso y no debía atacarle sin un motivo justificado.  Además, ¿porqué debía comprometer su seguridad por aquella chica?  No comprendía por qué le afectaba tanto que la acecharan.  Tampoco entendía porqué él, noche tras noche, seguía paseándose hasta su cabaña para verla dormir.  Nunca había sentido interés por un humano, salvo para beber su sangre, desde que él no era uno de ellos, y de eso hacía mucho.  No quería reconocer que sentía algo por ella, era la única razón para que le preocupara su seguridad.  Maldijo en voz alta, eso lo hacía débil y no le gustaba.
Salió malhumorado de su torre y se adentró en la espesura del bosque.

domingo, 28 de agosto de 2016

El espíritu del rock

El viejo guitarrista tocó los últimos acordes poniendo toda su energía en ellos.  La multitud frente a él enloquecía despidiendo al clásico grupo de heavy metal.  Era su último concierto.  Llevaban muchos años a sus espaldas y la edad ya no les permitía llevar el ritmo que ellos querían.  
El guitarrista, un hombre mayor, con menos músculos de los que había tenido en su juventud,  pero con su pelo aún largo y abundante que la vida le había permitido conservar, miró a su alrededor, buscándola.  Y ahí estaba, una joven rubia, delgada, de mirada penetrante, a un lado del escenario.  Nadie aparte de él podía verla.  La primera vez que se presentó ante él lo aterrorizó, pero hacía mucho tiempo de aquello.  Ahora lo que le aterraba era perderla.
Recordó aquella lejana noche.  Salía de un concierto, cuando aun eran un grupo que teloneaba a músicos no demasiado conocidos.  Él iba en su moto, una harley de baja potencia que había podido comprar de segunda mano.  Cruzaba la noche a gran velocidad, por carreteras oscuras y desiertas.  Le encantaba sentir el viento frío en el cuerpo.  El motor de la harley aceleraba su corazón haciéndole sentir  poderoso y libre.  Y de repente algo le hizo frenar bruscamente.  Una chica joven, de cabello rubio que parecía brillar en la noche se interpuso en su camino, justo en medio de la carretera.  Pisó el freno con todas sus fuerzas para evitar atropellarla.  Consiguió detener la moto a escasos metros de ella.  Y cuando se recompuso del susto, se dio cuenta de algo.  Quien tenía frente a él, no era alguien real.  No se veía sólida, la luz del foco de la moto pasaba a través de ella.  Pero podía distinguir perfectamente su ropa roquera oscura y sus facciones.  Le sonrió y salió de la carretera dejándole con el corazón latiendo con violencia en su pecho y sus manos aferrándose al manillar de la moto como si fuera lo único que lo mantenía en pie.  Miró hacia donde había ido pero la chica había desaparecido.  Cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos pensando que se había vuelto loco, que había sido solo una alucinación.  Estuvo unos segundo más ahí hasta que se recompuso y volvió a arrancar la moto que se había calado por la brusca frenada.  Avanzó apenas cincuenta metros, y pasada la siguiente curva, no podía creer lo que vio.  Una furgoneta había volcado y estaba en su carril.  Aun salía humo y polvo por el accidente.  Acababa de ocurrir! De haber seguido a la velocidad que iba, seguramente él estaría debajo de aquella furgoneta.  La chica le había salvado la vida! 
Cuando llegó a casa, explicó a su hermano mayor lo sucedido.  - Hablas del espíritu del rock. - Le dijo éste sin apenas dudar. - Hay leyendas que cuentan que acompaña a los grandes músicos a lo largo de su vida protegiéndolos de los peligros. - Sonrió. - Pero a ti no se te va a aparecer, apenas eres un principiante . - Su hermano se rió de él.   
Pasaron los años y aquello siguió repitiéndose.  Aquella bella joven le acompañó en su larga carrera, siempre a su lado.  En numerosas ocasiones salvó su vida avisándole en el momento preciso.  Se forjó una extraña relación entre ellos.  Anhelaba su presencia, deseaba que se apareciera ante él.  Y él se convirtió en un famoso guitarrista de rock.  Su leyenda perduraría por siempre.  Y nadie, a parte de su hermano y sus compañeros de grupo que acabaron sabiendo que la veía, sabían que se lo debía todo a ella, sin ella no habría vivido para llegar hasta allí.
Ahora, en aquel último concierto, sabía que debía despedirse.  Su carrera terminaba y ella dejaría de acompañarlo.  Dejó la guitarra para despedirse de su público y le dedicó un adiós a ella.  La chica sonrió y desapareció.  
Entró en los camerinos y se refrescó, entristecido por dejar atrás todo aquello.  Cogió una toalla para secarse y se sentó en un sofá al lado de sus compañeros.  Levantó la vista agotado por el concierto y ahí estaba ella de nuevo.  Mirándole desde un rincón. - ¡Puedo verla! - dijo sin poder evitar la alegría.  Sus compañeros no le comprendieron al principio.  - No se ha ido, a pesar de que ya no voy  a dar  más conciertos. - Uno de ellos se rió a carcajadas.  
- Eres un roquero, eso no termina porque dejes de tocar en directos, siempre vas a ser guitarrista.  Ella es el espíritu del rock, no te va a abandonar nunca. - Parpadeó sorprendido por las palabras de su amigo, sin comprender cómo no se había dado cuenta antes.  Sería roquero hasta el fin de sus días, y ella estaría siempre a su lado.

lunes, 22 de agosto de 2016

Metal sangriento

Salió a la fría noche.  El sudor se pegaba a su piel por el calor del concierto.  La gente la empujaba al salir y tuvo que apartarse de la entrada de la sala.  Miró a su alrededor, todo camisetas negras de grupos, pelos largos y tejanos oscuros, imposible encontrar a sus amigos entre tanta gente igual.  Sonrió.  Le encantaba aquel ambiente, se sentía en casa entre ellos. 
Era una joven de veintisiete años, morena de pelo largo y liso hasta casi rozarle la cintura. Con ojos verdes y piel bronceada. De complexión atlética,  era atractiva y llamaba fácilmente la atención. 
Había estado en la primera fila de un concierto de black metal.  Apretada entre la gente, luchando por mantener su posición frente al guitarrista del grupo.  Había saltado y gritado hasta quedarse afónica, pero había disfrutado como la que más.  Al terminar el concierto, consiguió hacerse con una púa que el guitarrista había logrado poner en su mano entre la multitud que intentaba subir por encima de ella para tocar al músico.  La guardaría junto a las otras que había ido consiguiendo concierto tras concierto. 
En su intento por llegar delante de todo había vuelto a perder a sus compañeros, pero le pasaba a menudo.  Siempre se reunían en un bar después de los conciertos, se encaminaría allí para encontrarlos.  El frío de la noche empezaba a calar en ella.  El sudor seguía en su piel y estaba helado ahora.  Caminó rápidamente abrazando su cuerpo con los brazos, la fina camiseta de algodón no servía de mucho en pleno otoño, pero en un concierto era una locura llevar nada más. Atajó por callejones desiertos para llegar cuanto antes.  No era buena idea que fuera sola por ahí, pero tampoco quería ir por las calles atestadas de borrachos que seguro le dirían algo haciéndola sentir incómoda. 
Escuchó risas tras ella. Se volvió pero no vio a nadie.  Un golpe seco a sus espaldas le hizo acelerar el paso.  Oía pasos que la seguían, pero no quería girarse otra vez. Aceleró un poco más.  Estaba ya a un par de calles del local.  Se concentró en la iluminación que marcaba el final del callejón. 
Pero de pronto ahí estaban.  Unas siluetas enmarcadas por la tenue luz aparecieron de la nada frente a ella.  Se detuvo en seco.  Dudando de lo que sus ojos acababan de mostrarle.  Estaba segura que habían aparecido desde arriba.  Miró encima de ellos, pero no había nada, solo el cielo oscuro de la noche.  Estaba segura, habían descendido volando.  El terror intentaba abrirse camino en su mente, pero el no acabar de creerse lo que veía no la dejaba entrar en pánico.  
Se acercaban a ella, tres sombras masculinas, grandes, de pelo largo.  Apenas podía distinguir nada más.  Intentó retroceder pero sus piernas no le  respondían.   ¿Que me pasa?, se preguntó, notando que tenía mucho menos miedo del que debería.  Casi estaban frente a ella, a menos de un metro, y ella seguía ahí, pasmada, incapaz de reaccionar.  Podía verlos perfectamente ahora, distinguía su piel pálida, sus negros ojos de una profundidad infinita, su sonrisa... y aquellos dientes.  Unos colmillos perfectos asomaban de sus bocas mostrándole claramente lo que eran.  Y los conocía.  Eran los miembros del grupo que acababa de ir a ver.  Abrió la boca para decir algo pero no pudo.  Estaba paralizada, pero extrañamente tranquila.  Era como si una relajante paz proveniente de aquellos seres llegara hasta ella y se adueñara de su mente.  No tenía miedo.
- Es mía. - Escuchó decir al guitarrista que había estado frente a ella toda la noche.  Acercó una mano a su cara acariciando el perfil de su mejilla.  Ella no se movió.  Sintió la suavidad de su caricia que parecía relajarla aun más. - Ven conmigo, recorramos juntos esta noche eterna y yo nunca te abandonaré - Reconoció el estribillo de una canción que había estado cantando.  Supo que eso era lo que ella quería.  Aquello que había estado buscando siempre sin saberlo.  Un alma inmortal que se uniera a ella para siempre.  Que la guiara por la fría oscuridad en una noche infinita.  Asintió levemente y él sonrió acogiendo su respuesta. La envolvió en sus brazos.  Sintió su fuerza rodeándola antes de notar unos afilados colmillos posarse en su cuello. - No temas. - Le susurró, y ella se relajó sintiendo que confiaba totalmente en él.  Un punzante dolor  hizo que dejase escapar un pequeño grito.  Pero pasó enseguida.  Un extraño sueño se adueñó de su mente y la llevó a lugares que no conocía.   Ciudades antiguas, poblados que se remontaban al principio de los tiempos, bosques que nunca habían sido pisados por un ser humano...  pero siempre con él a su lado.  Poco a poco el sueño fue desapareciendo y el frio callejón la rodeó de nuevo.  El vampiro dejó caer unas gotas de sangre en su boca. - Bebe. - Y ella no dudó.  El sabor metálico le pareció agradable.  Se sintió mareada. - Descansa. - le dijo.  Le parecía escuchar su voz cada vez más lejos. - Cuando despiertes, seremos uno por toda la eternidad. - Cerró los ojos y se durmió. Soñó con una vampira increiblemente parecida a ella que recorría la noche acompañada por un grupo de black metal inmortal.

domingo, 10 de julio de 2016

Ibolya. Capítulo 3.

Se despertó en medio de la noche.  Le parecía escuchar constantemente aullidos de lobo.  La experiencia del día anterior la había traumatizado.  Pero extrañamente, cuando cerraba los ojos y la oscuridad la envolvía, lo único que regresaba a su mente era la imagen de la intensa mirada de su salvador.  Era como si sus ojos se adueñarán de su alma.  Tembló y se abrigó con la manta que la cubría. Intentó seguir durmiendo.  Estaba muy cansada. 
Se apartó rápidamente de la ventana de la choza.  La chica se había despertado mientras la observaba dormir.  No sabía porqué había venido hasta aquí, a verla.  Pero sentía que debía hacerlo. Por algún extraño motivo le importaba su seguridad, necesitaba asegurarse de que estaba bien después de lo sucedido.  Tenía algunas magulladuras cuando la encontró rodeada por los lobos, pero nada serio.  Aquellas manadas le estaban causando problemas últimamente.  Atacaban sin control a la gente de los poblados vecinos y eso era malo para él.  Lo que menos quería era llamar la atención sobre su presencia allí.  No quería partidas de caza acercándose a su refugio. No hacía muchos años que vivía ahí.  Había encontrado el viejo torreón abandonado y casi en ruinas.  Pero arreglándolo un poco le había proporcionado la protección que necesitaba.  Él era un ser de la noche.  Un vampiro que se alimentaba de la sangre de los vivos.  Pero su manera de actuar no era igual que la de otros de su especie.  Él no mataba a sus víctimas.  Robaba la sangre necesaria para sobrevivir y después los abandonaba borrándoles la memoria sobre su encuentro con él.  Pero los lobos complicaban su existencia.  No quería que aquella gente lo culpase de los ataques.  Debía pasar inadvertido.  Se ocuparía de ellos.
Se alejó del poblado y se adentró en el bosque.  El olor de los lobos era muy claro para  él.  Sus poderes vampíricos le permitían correr a gran velocidad entre los árboles sin apenas ninguna luz.  Siguió el rastro de los lobos.  Debieron olerlo a él también, pues se alejaban.  Ya escuchaba sus pasos, sus aullidos, podía saborear el dulzor de su sangre en la garganta.  No se alimentaba normalmente de animales, pero lo hacía si no había nada más a mano.  Vió a los más rezagados correr delante de él.  Sonrió ante la emoción de la caza.  Se lanzó sobre ellos, pero cuando ya iba a alcanzar a uno, sintió otra cosa.  Otro ser frente a él.  Otro vampiro.  Los lobos detuvieron su carrera acurrucándose junto al vampiro.  Se preparó para un enfrentamiento.  El ser que se hayaba ante él era alto y delgado, más que él.  Desprendía una energía que le hacía ver la edad que tenía.  Quizás unas décadas más.  Era difícil acertar con exactitud, pero notaba que sería una lucha bastante igualada.  Tensó su cuerpo preparándose para un ataque por parte de sus enemigos.  El vampiro le observó.  Hizo callar a los lobos con un solo gesto de su mano.  Le obedecían reconociéndole como a su amo.  Permaneció un instante más en silencio, midiendo a su enemigo, como había hecho él mismo.  Después se acercó.  Despacio, para no darle sensación de amenaza.  
- Es difícil encontrar a otro vampiro ultimamente. - Su voz era plana, sin mostrar ninguna emoción.  Se detuvo a poco más de un metro de él.  Le tendió la mano. - Mi nombre es Farkas, señor de los lobos. - Dudó un instante antes de aceptar su mano.  
- Razvan. - No le gustaba dar su nombre a alguien que acababa de conocer.  Pero no quería empezar una pelea sólo por eso.  El vampiro, Farkas, era poderoso y se hayaba rodeado de sus lobos.  Empezar una batalla no hubiera sido muy inteligente.
El señor de los lobos sonrió. - Llevo poco tiempo aquí.  Mis lobos y yo nos asentaremos un tiempo y luego partiremos.  ¿Supongo que no te importará?. - No sabía qué contestar.  Claro que le resultaba molesta su presencia ahí.  Pero no quería buscarse un enemigo.
- No.  Pero yo intento que mi presencia pase inadvertida para los humanos de este lugar.  Por mi propia seguridad.  Agradecería que mientras dure vuestra estancia por aquí intentéis no llamar demasiado la atención. - Farkas pareció sorprendido, pero no molesto.  
- Es una manera extraña de convivir con nuestra naturaleza.  Somos depredadores. No entiendo por que deberíamos ocultarnos. - Razvan se tensó al escucharle. - Pero no hay problema.  Estamos de paso por aquí.  Controlaré a mis lobos.  No volverán a ser un problema para ti. -   
Recordó entonces que había atacado a los lobos para salvar a la chica del pueblo. -Siento haberles atacado antes, pero protegía mi seguridad aquí. - Farkas inclinó la cabeza mostrandose de acuerdo o disculpándolo, no tuvo muy claro el gesto. - No debes disculparte. Has dejado claro que deseas discreción. -  Después se volvió hacia sus lobos y estos empezaron a adentrarse en la espesura del bosque.  - Nos veremos. - Le dijo antes de desaparecer él también.  Razvan permaneció donde estaba un instante más, mirando hacia el lugar por el que habían desaparecido.  Su vida se complicaba por momentos.

sábado, 9 de julio de 2016

Lobo solitario.

No tenía hogar.  Vivía de lo que iba cazando, pasaba largas temporadas en un bosque y luego se trasladaba a otro lugar.  Tenía veinticuatro años, todo un hombre en aquella época.  Pero él no era solo eso, era un hombre lobo.  
Quedó huérfano al ser atacado su poblado por una raza de licántropos.  Él resultó herido y con la siguiente luna llena se transformó.  Por fortuna ya era un adulto cuando aquella noche fatídica lo dejó sólo y a merced de los elementos.  Huyó de su hogar por miedo al regreso de aquellos hombres bestia y dependió durante un tiempo de la caridad de los poblados vecinos, hasta su primera transformación.  Cuando comprendió que él era el culpable de la masacre en medio de la cual se había despertado, se alejó de la gente para siempre.  
Poco a poco, fue aprendiendo a reconocer a seres como él.  Su olor era inconfundible.  Pero nunca se unió a ellos.  Eran los culpables de la matanza de sus padres y de toda su desgracia.  Normalmente los encontraba en manadas y huía de ellos lo antes posible.  Ninguno había mostrado interés por él.  Sabía que su robusto cuerpo, fruto de la vida en el campo, le permitiría defenderse de uno o dos de ellos, pero no tenía nada que hacer contra una manada.  Así  que prefería alejarse.
Recorría los espesos y solitarios bosques buscando un lugar en el que asentarse definitivamente, pero la presencia de alguien siempre lo hacía mudarse de nuevo.  Pasó hambre hasta que aprendió a cazar.  Pero su lobo lo alimentaba sin falta una vez al mes.  Poco a poco consiguió cazar cada día y mantenerse fuerte.  Cada vez se sentía más salvaje, más cómodo con su condición de bestia y más afín a ella. Transformarse ya no era un problema para él, podía decirse que lo anelaba. La soledad y la crudeza de la vida al aire libre lo habían endurecido poco a poco.
Ahora estaba asentado al borde de un río.  Había preparado un refugio en unas cuevas cercanas que le proporcionaban cobijo.  Se preparaba para otra noche de luna llena, su lobo golpeaba dentro de su cuerpo queriendo salir.  Gruñó.  Un sonido a medio camino entre humano y animal.  Aun faltaban unas horas para que saliera  la luna, pero ya podía sentir la energía en su interior. 
Escuchó un aullido.  Maldijo por dentro.  No tenía tiempo para trasladarse de nuevo antes  que anocheciera.  Esperaba que sólo fuesen lobos, nada de licántropos.  Una vez el lobo lo dominara, no sería capaz de razonar para alejarse de ellos.  Decidió volver a su cueva y esperar allí al anochecer.  Cuanto menos se moviera, menos olor iría dejando por aquella zona.
De repente oyó un ruido fuera de la cueva, alguien se acercaba.  Y unos gritos de auxilio, gritos de mujer.  Salió sin pensarlo demasiado,  no sabía lo que iba a encontrar.  Vio a una chica joven, de una edad similar a la suya, morena, delgada y de cabello largo.  Le pareció bella, a pesar que iba sucia y con las ropas rasgadas y viejas.  Al verlo se acercó corriendo a él.  - ¡Ayúdame!, ¡me persiguen! - Apenas se dio cuenta de lo que hacía.  Instintivamente cogió su mano  y corrió con ella siguiéndole.  La chica tropezaba constantemente.  Olió  a lobo, supo que eran ellos  quienes la seguían.  Estaba aterrado, no podía enfrentarse a toda una manada, pero tampoco podía abandonarla a su suerte.  Había un lugar, un escondite que guardaba por si alguna vez le hacía falta.  Siguió corriendo junto al río.  Bajó con ella hasta llegar a unas cataratas.  - Salta conmigo. - La chica pareció confundida y después asustada al entender lo que quería.  Tiró un poco de su agarre intentando resistirse, pero él sabía que era la única opción para despistar a sus perseguidores.  La acercó a su pecho cogiéndola con ambos brazos para impedir que huyera y saltó al vacío.  El ruido de la cascada era ensordecedor y sus aguas los engulleron impidiéndoles distinguir nada.   Al caer permanecieron aturdidos un instante luchando por salir a la superficie y respirar.  Finalmente consiguieron mantenerse a flote y se alejaron de la catarata para salir a tierra.  Ella parecía furiosa ahora.  Intentó alejarse otra vez de él. - Vamos, - le dijo.- confía en mi, te esconderé. - Ella luchó un momento más  pero finalmente accedió a seguirle.  Volvieron a acercarse a la catarata y al hacerlo, una abertura quedó al descubierto tras unos matorrales.  - Aquí no podrán encontrarnos, el  agua confundirá su olfato. - Ella pareció convencida entonces.  Se sentó en unas rocas tras la cascada.  Él hizo lo mismo.
Pero cuando ya creía que estaban a salvo, recordó algo.  Esa misma noche había luna llena.  En unos instantes su luz iluminaría la noche transformándolo y haciendo que matara a la pobre chica a la que intentaba proteger.  Se puso en pie de un salto. -¡Debo irme! - Ella se interpuso en su camino.  - No me dejes aquí sola, vendrán a por mí. -  Sintió lástima al ver las lágrimas asomar a sus ojos, pero no podía quedarse ahí.  - No puedo quedarme contigo, te haría daño. -  Ella pareció confundida.  Y de repente sonrió.  - Oh, no te has dado cuenta. - Ahora el confundido era él. - ¿No has visto lo que soy?- Seguía sin comprender. - Solo necesito permanecer escondida hasta que salga la luna, después se olvidarán de mí y dejarán de buscarme. - Se acercó a la entrada y miró apartando los matorrales.  - Ya es la hora. - El cielo  había oscurecido y la  luna empezaba a asomar, su luz iluminaba la noche y hacía estallar su corazón.  Intentó pasar por el lado de la chica para alejarse de ella.  Pero entonces algo lo hizo quedarse petrificado donde estaba.  Ella estaba cambiando.  ¡Era una mujer lobo!  No entendía cómo no se había dado cuenta.  Confundió su olor con el de sus perseguidores.  Pero ya no pudo pensar en nada más.  Su corazón palpitó como si intentara salir de su pecho.  Un dolor agudo cruzó su cabeza haciéndole caer de rodillas.  Sus músculos se hinchaban y sus garras salían ocupando el lugar de sus uñas humanas.  Un negro pelaje escondía su piel poco a poco.  Las articulaciones giraban hacia sitios que no deberían.  Gritó como hacía cada noche cuando se transformaba sintiendo que su cuerpo cambiaba y su grito se convertía en un aullido.  Lo último que vio fue a una loba gris frente a él. 
Despertó al amanecer.  No sabía donde estaba ni lo que había sucedido.  Y, lo mas extraño, tenía a alguien durmiendo junto a él.  La chica loba dormía apoyando la cabeza en su pecho.  En cuanto se movió, ella se despertó.  Al ver dónde estaba se apartó rápidamente encogiéndose en un ovillo, ambos estaban desnudos debido a la transformación.  Él, al ver lo que pasaba, buscó unas ramas para permitirle que pudiera taparse y se sentó tapándose un poco también.
- Gracias por salvarme. - La chica se dirigió a él cuando se calmó un poco.  - La manada que me convirtió me perseguía.  Eran asesinos, no quería seguir con ellos pero no me dejaban ir. -
Wolf, Lobo Par, Luna, Nube, Cielo- No me di cuenta de lo que eras.-  le confesó. Ella le explicó toda su historia y él la escuchó.  Después, decidieron alejarse más de ahí, por si volvían a buscarla.  No podían perder mucho tiempo. Se acercaron a un poblado a robar algo de ropa de los tendederos y partieron.  Ambos querían una vida tranquila, lejos de la violencia de lo que ser un licántropo significaba.  El joven lobo se dio cuenta que  había encontrado una compañera.  Ella buscaba lo mismo que él.  Eran almas gemelas que se habían encontrado en una noche de luna llena.  Desaparecieron juntos en la espesura del bosque sin un objetivo, salvo ser libres.

martes, 5 de julio de 2016

La promesa del mar

Un ruido lo despertó.  El balanceo del barco le ayudaba a dormir.  Siempre había sido así, desde que era un niño, cuando el capitán de la nave era su padre y le llevaba con él durante sus largas aventuras por alta mar.  Habían pasado muchos años desde aquello.  Su padre desapareció una noche y ahora él, con veintisiete años, era el capitán, aunque muchos siguieran llamándolo el hijo del capitán.  No le molestaba.
Puesta De Sol, Bote Mar, BarcoDecidió salir de su camarote y dar un vistazo por la cubierta a ver si descubría el origen del ruido que lo había despertado.  Subió las escaleras y abrió la puerta que lo conducía a la fría noche.  Pasó junto al joven marinero de guardia en cubierta, totalmente dormido, ni siquiera le oyó pasar a su lado.  Le molestó un poco, pero entendía que la vida en el mar era dura, los hombres estaban agotados.  Observó la cubierta frente a él.  Una espesa niebla lo cubría todo, ni siquiera distinguía el mástil mayor.  La bruma parecía avanzar hacia él.  Envolvió su cuerpo rápidamente.  Miró sus manos viendo como prácticamente desaparecían antes sus ojos.  En la vida había visto una niebla tan espesa.  Volvió a escuchar el ruido y esta vez, el marinero a su lado, se despertó.  Era como el crujir de la madera al chocar.  Avanzó hacia el lugar del que procedía el sonido.  El otro hombre lo siguió disculpándose por haberse dormido. Instintivamente, sacó el cuchillo que llevaba siempre en la cintura.  Pidió al marinero que le alumbrara con una lámpara de aceite y extendió  el otro brazo para evitar tropezar con algo.  La débil luz les facilitó el avance.  El crujir de la madera siguió guiándolos.  Llegaron hasta estribor y allí se asomaron al borde, ya que el sonido parecía venir del mar.  Entonces lo vieron, la madera de otro barco chocaba contra ellos con cada balanceo del mar.  Levantaron la mirada y allí estaba, una inmensa nave se alzaba frente a ellos.  El marinero dio la voz de alarma y pronto sus compañeros estaban todos en cubierta armados ante un posible abordaje.  El capitán ordenó engancharse al otro barco y anclarse para abordarlo.  Pero no hubo tiempo de más.  De la espesa niebla surgieron unos seres incorpóreos que parecían volar hacia ellos.  Sus ropajes estaban raídos, pero parecían marineros como ellos.  Retrocedieron atemorizados ante aquella visión.  Los espectros se lanzaban sobre ellos.  Los marineros caían al suelo entre gritos de terror.   El joven capitán, paralizado, veía pasar espíritus a su alrededor y atacar a sus hombres.  Todo parecía ocurrir a cámara lenta.  Sus chicos se desvanecían  como si aquellos seres les robasen la energía.  Sus gritos de auxilio llegaban a él haciéndolo sentir incapaz de ayudarlos.  Pero por alguna razón, los fantasmas pasaban de largo de él.  Les gritó, se interpuso en su camino, pero pasaban através de él sin inmutarse.  Algunos de sus marineros parecían reconocer a los espectros, como si ya los hubieran visto alguna vez o conocieran la historia de sus ataques. 
Desesperado, veía cómo cada vez eran menos los marineros que quedaban en pie.  La frustración hizó asomar lágrimas a sus ojos.  Gritó cayendo de rodillas, impotente ante aquellos espectros del mar.  Y entonces, entre todo aquel horror, lo recordó.  El día en que su padre desapareció en la noche.  Despertó una mañana y encontró a todos los hombres de su padre dormidos en cubierta armados como si hubieran estado luchando, pensó que estaban muertos.  Asustado, buscó a su padre entre ellos pero no estaba.  Los marineros le dijeron que los espectros del mar se lo habían llevado.  Había  dado su vida a cambio de la de sus hombres y su hijo.  Los espectros se llevaban a los capitanes de los navíos.  Formaban un ejército con ellos que navegaba en su barco fantasma reclutando almas. 
Una idea cruzó su mente al recordar aquel fatídico día.  Llamó a su padre una y otra vez, su espíritu debía navegar con aquellos fantasmas.  Uno de aquellos seres avanzó abriéndose paso entre ellos y se acercó a él.  Lo reconoció nada más verlo.  Su padre sonrió ante él.  Quiso acercarse pero se lo impidió con un gesto.  No debía tocarlo, los espectros consumían el alma de los vivos pasando a traves de ellos varias veces.  Su padre se volvió hacia sus compañeros fantasmas.  Escuchó su voz, era más grave, pero era la voz de su padre. "- Este es mi barco, yo soy el capitán.  En el pasado ya partí  con vosotros a cambio de la vida de mi hijo y mi tripulación.  Rompéis vuestra  promesa al atacarlos ahora.  Estáis obligados a dejarlos ir o el mar redoblará su castigo. -" Un silencio sepulcral reinó entonces en el barco.  El frío de la noche parecía haber aparecido de repente haciéndoles temblar. Algunos marineros, reconociendo en aquel espectro a su antíguo capitán, lloraban esperanzados.  Para el joven capitán, pasaron horas hasta que los espectros decidieron lo que iban a hacer.  Y de repente, uno a uno, fueron retirándose y volviendo a su nave.  La niebla que los había precedido se retiró con ellos.  No podían creer lo que veían, ¡se habían salvado! El joven intentó acercarse de nuevo a su padre, pero volvió a impedírselo con un gesto. "- Adios hijo mío. -" Le dijo  y se alejó desapareciendo en la oscuridad de la noche.   El barco fantasma parecía desvanecerse, dejándolo con la única visión del mar frente a él.  Allí quedó él.  Rodeado de marineros dormidos y derrotados en cubierta.  Sonrió aliviado por haber sobrevivido a todo aquello  y sin poder creer lo que acababa de suceder antes sus ojos.  Se dejó caer sentado al suelo  y esperó al amanecer, velando el sueño de sus hombres y feliz por haber podido por fin despedirse de  su padre.

miércoles, 29 de junio de 2016

La bruja del bosque

Notaba cómo se iba acercando.  La anciana salió de su choza en las profundidades del bosque y observó a su alrededor.  Cerró los ojos y escuchó.  Los animales le informaban cuando algo iba mal.  El piar de los pájaros la alertaba de que algo no estaba bien.  El aire estaba enrarecido, los árboles se agitaban nerviosos sintiendo la inminente presencia.  La naturaleza hablaba si sabías escucharla.  Volvió al interior de su cabaña y cogió una cesta, se abrigó con un manto de lana y se dispuso a salir.  Necesitaba ingredientes para su ritual.  
Se encaminó hacia lo más profundo del bosque.  Su gato, aquel animal que no se separaba nunca de ella, la siguió maullando de vez en cuando.  No le gustaba alejarse de la cabaña, él también intuía lo que se acercaba.  Deambuló por el bosque recolectando las plantas que necesitaba, todas protectoras y para alejar los malos espíritus. Verbena, ruda, salvia... Había otras que necesitaba, pero estaban demasiado lejos y no había tiempo, debía tenerlo todo preparado antes del anochecer.  Un grupo de jóvenes había estado tonteando con la magia la noche anterior y habían atraido sin saberlo algo maligno.  En cuanto el sol cayera, se acercaría al poblado, entraría en las casas y se adueñaría de todas las almas que pudiera.  Ella quería evitarlo.  Los aldeanos nunca la habían tratado bien, la despreciaban, la insultaban y le lanzaban comida podrida al verla llamandola vieja bruja.  Temían lo que no comprendían.  Ella nunca había hecho daño a nadie, vivía en el bosque sin acercarse a ellos más de lo que necesitaba.  Incluso eran ellos los que alguna vez le habían pedido ayuda, cuando algo malo les ocurría, pero luego la abandonaban casi sin agradecerle sus sabios conocimientos.  Le pagaban y se alejaban como si ella fuera el mismo demonio.  Nada más lejos de la realidad, ella era una bruja de la naturaleza, sus conocimientos sobre plantas y remedios naturales la hacían muy valiosa a la hora de preservar la salud.  Sus rituales iban dedicados a la fuerza de los elementos, al sol, la luna, el fuego, el viento... a la madre tierra.  
Cuando tuvo todo lo necesario,  volvió a casa a recoger algunas cosas más.  Velas, un pequeño caldero, un pequeño puñal, sus amuletos, ... lo envolvió todo en  un trapo y lo metió en la cesta con las plantas.  Se encaminó al lugar en el que había visto a los jóvenes la noche anterior, un pequeño claro en el bosque.  Allí encontró velas tiradas por el suelo, inscripciones hechas con un palo arañando la tierra, y los restos de una gran hoguera.  Suspiró pensando en lo mucho que le habían complicado las cosas aquellos ingenuos chicos.  Sabía que la magia era muy peligrosa si no sabías usarla.  
Limpió el lugar con unas ramas a modo de escoba improvisada.  Colocó su caldero, sus velas en la posición adecuada, sus amuletos protectores y empezó a hacer pequeños ramitos con las plantas que había recolectado.  Cogió su cuchillo ritual y trazó un círculo protector a su alrededor empezando con sus oraciones a los elementos.  Fue encendiendo las velas a medida que las necesitaba y quemando los ramitos de plantas en su caldero.  Entonó una oración protectora a sus dioses pidiendo que alejasen al malvado espíritu del lugar y protegiesen a los aldeanos y a ella misma.  Estuvo lanzando hechizos de protección hasta que anocheció.  Un fuerte viento se levantó entonces amenazando con apagar sus velas y esparcir las cenizas de las plantas que había quemado, pero su círculo protector aguantaba.  Sentía la energía del espíritu en su piel, como finas agujas clavándose en ella, pero gracias a su círculo, no podía herirla realmente. Subió el tono de sus plegarias, cogiendo en su mano el amuleto en forma de pentáculo con inscripciones rúnicas y lo puso frente a ella, dirigiéndolo hacia el viento helado que amenazaba con destruir su espacio sagrado.  Gritó dolorida por la punzante energía del espíritu que maltrataba su piel.  El viento se fortaleció de repente haciéndola caer de rodillas para no derrumbarse. Pidió la fuerza de los elementos para enfrentarse a ese mal.  Cogió un puñado de las cenizas de su caldero y se las arrojó al espíritu.  Escuchó un grito elevarse por encima del sonido del viento.  Cogió otro puñado de cenizas y volvió a lanzárselas.  El espíritu volvió a soltar un grito lastimero y la fuerza del viento disminuyó.  No detuvo en ningún momento su ritual, no se dejó intimidar por la energía que llegaba a ella erizando su piel.  Se mantuvo fuerte y creyó en su magia, en el poder de la madre naturaleza.  La fuerza de su enemigo fue disminuyendo poco a poco.  Ella apenas podía mantenerse ya en pie. Eran muchos los años que contaba a sus espaldas, pero también eran muchos sus años de experiencia. No se iba a rendir y su enemigo ya reculaba.
Ya era bien entrada la noche cuando el espíritu se rindió.  El viento se detuvo y el aire dejó de parecerle asfixiante.  Respiró profundamente, estaba agotada.  Pero aun no había terminado.  Recogió su caldero con las cenizas de las plantas y vertió un poco de agua sobre ellas.  Guardó todo lo que había traido con ella y se encaminó al poblado.  Una vez allí, protegida por la oscuridad y sabiendo que todos dormían, se acercó a cada puerta y fue dibujando un símbolo protector con las cenizas remojadas, en cuanto se secasen caerían y nadie notaría nada, no quedaría ni rastro  de su paso por ahi.  
Pasó más de una hora cuando terminó.  Al llegar a su casa hizo lo mismo.  Ahora podía descansar.  El largo ritual la había dejado rendida.
Al día siguiente, cuando salió de su choza, vio pasar a un aldeano acompañado de sus dos hijos pequeños.  Soltó una maldición al verla, rodeando a sus niños con el brazo, y escupió al suelo en su dirección.  Ella suspiró y siguió con su trabajo.  Nada les haría cambiar nunca su manera de verla. 

martes, 28 de junio de 2016

Ibolya. Capítulo 2

Entró temblando en su casa.  Se quedó plantada en la entrada mientras sus padres se volvían alertados al oír abrirse la puerta.  Su madre soltó un suspiro que parecía estar conteniendo hacía horas. -¡Ibolya! - le dijo corriendo hacia ella - ¿Donde has estado?,  nos tenías preocupados. - Observó su aspecto desaliñado. - ¿Que te ha pasado hija? - Estaba temblando.  Tenía el pelo alborotado y lleno de ramitas, la ropa sucia, las manos embarradas y lágrimas resecas cruzaban su rostro.
- Unos lobos me atacaron en el bosque. - Apenas pudo hablar conteniendo el temblor en su voz.
- ¿Estás herida? - le preguntó su padre acercándose rápidamente a ella.  Negó con un gesto. - Ven, acércate al fuego. Tienes que entrar en calor. - Se reunieron los tres frente al hogar.  Ibolya les relató lo que había ocurrido. Al llegar al punto en que el desconocido le salvó la vida, sus padres parecieron extrañados, no reconocieron al misterioso hombre debido a los pocos detalles que sabían de él.  Lo que no comprendían era que un vecino del poblado la hubiera tratado de manera tan ruda.  Debía tratarse de un extranjero. 
Pasaron un rato más con ella junto al fuego, curando los arañazos que se había hecho con las ramas de los arbustos y en sus numerosas caídas de vuelta a casa y después se fueron a dormir.  Necesitaban descansar después de lo ocurrido.

En otro lugar no muy lejos de allí, en la cima de una montaña rodeada por el espeso bosque, se alzaba un viejo torreón.  Una sombra oscura atravesó las gruesas puertas de roble y cerró tras su paso dejando el frío del invierno fuera.  Las antorchas aun ardían en el interior.  Se acercó a coger una y la débil iluminación reveló el cuerpo alto y delgado de un hombre.  El rostro era de un joven de menos de treinta años, moreno y de ojos verdes, llevaba el cabello suelto y largo por debajo de los hombros.  Ningún rastro de barba escondía sus facciones.  Era atractivo, de rasgos fuertes y mirada penetrante.  Se deshizo de la pesada capa de pelo que le servía de abrigo y dejó a la vista unos hombros anchos y una cintura estrecha, un cuerpo moldeado por el duro trabajo.  Su rostro estaba muy serio.  Observó la sala a su alrededor, alerta, escuchando, buscando algún intruso que hubiera entrado en su ausencia.  Cuando se aseguró de no ver ni oír a nadie, avanzó acercándose a las escaleras que subían.  Ascendió lentamente, sin prisa, hasta el piso de arriba.  Allí, se acercó a la puerta más cercana y entró en la estancia que escondía, cerrando tras él.  El silencio se adueñó del lugar. 

Ibolya. Capítulo 1.

Estaba anocheciendo.  Sin darse cuenta había estado paseando por el bosque más tiempo del debido.  Su excursión recolectando setas la había llevado lejos de su poblado.  Miró a su alrededor.  Casi no podía distinguir nada entre las sombras de los inmensos árboles a pesar de haber una gran luna en el cielo.  Los bosques en aquella tierra del norte eran espesos.  Sintió un ligero vacío en el pecho, algo de temor a la oscuridad se abría paso hasta su mente.  Estuvo a punto de dejar caer la cesta que llevaba al comprender que podía perderse en aquella oscuridad.  Reanudó el paso desandando su camino.  Oscurecía rápidamente, cada vez distinguía menos detalles.  Aceleró sus pasos, casi corría ahora.  Escuchó el ulular de un búho, un animal nocturno que le indicaba que debería estar ya en casa. Tropezó.  Sus ojos no pudieron ver la raíz que salía de la tierra y se había enredado en su pie.  Cayó al suelo.  La cesta rodó y se perdió de su vista.  Sintió un dolor en la rodilla, seguramente se habría rascado la piel al caer.  Se levantó espolsando sus manos de la tierra que se le había quedado pegada.  Miró a su alrededor, ya no se veía nada...  Avanzó con los brazos por delante intentando evitar tropezar.
 Escuchó un aullido, ¡eran lobos! El terror se apoderó de su mente.  Un pequeño grito escapó de sus labios y se arrepintió enseguida temiendo atraer a las bestias hacia ella.  Empezó a correr de nuevo, tropezando y chocando a cada instante con algún árbol o arbusto.  Sintió sus mejillas mojadas y se dio cuenta entonces que estaba llorando.  Los aullidos de los lobos se acercaban, ¡la estaban siguiendo!  Volvió a caer al suelo, se arrastró para continuar avanzando así.  Llegó a un pequeño claro en el bosque que le permitía ver algo.  Se levantó y entonces les vio, frente a ella.  Tres lobos enormes le cerraban el paso.  Gimoteó al verlos y retrocedió horrorizada.  Pero un ruido a su espalda la hizo volverse y detenerse donde estaba.  Más lobos se acercaban desde esa dirección.  Estaba aterrorizada. Se agachó y buscó un palo para intentar defenderse aunque le parecía inútil frente a aquellos afilados colmillos.  Los lobos se acercaron gruñendo a ella.  Blandió el palo a izquierda y derecha intentando alejarlos, las lágrimas nublaban su vista.  Pero no se dejaban intimidar por ella.  Una chica de veintiún años, pequeña y menuda  no era rival para ellos.  Los lobos se lanzaron a la carrera hacia ella y gritó cerrando los ojos inconscientemente y encogiéndose en el suelo.  ¡Iba a morir! Pero entonces los escuchó aullar de dolor.  Algo se enfrentaba a ellos.  Abrió los ojos pero todo lo que distinguía en aquella casi completa oscuridad era una sombra humana masculina y grande que se movía a gran velocidad entre ellos lanzándolos por los aires y golpeándolos con fuerza.  Alguien la estaba defendiendo y le había salvado la vida.
La lucha duró lo que a ella le pareció una eternidad.  Los lobos chillaban y gruñían a su alrededor enfrentándose a su salvador.  Hasta que finalmente salieron huyendo.  La sombra que la había salvado se acercó a ella.  Era un hombre alto, delgado, con el pelo largo aunque no podía distinguir de que color.  Llevaba una gruesa capa a su alrededor.  Se detuvo frente a ella. - Sal de aquí - Su voz era grave y con un tono nada amistoso, no se esperaba algo así de quién acababa de salvarla. -¡Vamos! - le chilló al ver que no reaccionaba.  Se levantó dando traspiés y corrió todo lo que pudo alejándose de aquel desagradable desconocido.
Vagó por el bosque tropezando a cada instante y sin poder contener las lágrimas, temiendo encontrarse de nuevo con los lobos y que esta vez sí acabaran con ella.  Pero finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, vio un resplandor filtrarse entre los árboles y reconoció su poblado.